El histórico encuentro con Tamayo

Admirada, respetada, temida, con el tiempo querida, Raquel Tibol signó parte importante de mi vida. El lector disculpará que la aborde desde mi propia persona, pero con el tiempo he ido cobrando cabal conciencia de haber sido testigo privilegiado de un acontecimiento de la cultura de México: la conjunción de dos talentos capitales del siglo XX mexicano, Rufino Tamayo y Raquel Tibol, agua y aceite que juntos dieron un mayor lustre cultural a los últimos años del milenio.

Conocía ya de tiempo a la maestra Tibol cuando nos volvimos a encontrar en el Museo Tamayo, recién lo había recobrado el pintor oaxaqueño de la administración de Televisa, para volverlo patrimonio cultural de México; 1986 no fue un año fácil, pero había que dar consistencia al museo después de las muestras del mainstream con que aquella empresa lo había asociado durante cuatro años de administración.

El primer gran proyecto que emprendió el Museo Tamayo bajo la administración estatal, a través del Instituto Nacional de Bellas Artes y con Cristina Gálvez a la cabeza, fue realizar un ambicioso Homenaje Nacional a Rufino Tamayo por sus setenta años de trayectoria artística. Había que hacerlo rápido y bien, por lo que el nombre convocado unánimemente por las autoridades de la SEP y las del INBA fue el de la rigurosa Raquel Tibol.

Para lograr la insólita finalidad, sólo el espíritu diplomático y el encanto personal de Gálvez pudo conjuntar a dos temperamentos tan opuestos como fuertes y necesarios para el proyecto: el de Olga Ta-mayo y el de Raquel Tibol, que deberían de trabajar codo a codo para conseguir, en tiempo récord, aquel magno proyecto sobre la obra de Tamayo. Tibol había hecho fama de haberlo visto y conocido todo, su inteligencia, su memoria, su sistemático sentido del deber, su rigor y libertad, consiguieron el deslumbrante programa con el que México honró una de las trayectorias más importantes del arte mexicano del siglo XX. Setenta años de creación fue el punto de unión para que Raquel diera aún más lustre a los años áureos de Tamayo.

La crítica de arte, la analista, la historiadora, la poeta, se había interesado sinceramente y de una manera propositiva y viva, crítica y analítica en el trabajo de Tamayo, a quien décadas antes había señalado como un pintor de la burguesía; sin embargo, cambiar de opinión es de sabios y Tibol así lo asumió, no sin antes tener algunas discusiones con Olga, de las que siempre salía airosa.

Tibol no necesitó hurgar los archivos de...

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