Hacia una revisión de la política

AutorKathtleen B. Jones
CargoProfesora y jefa del Departamento de Estudios de la Mujer, San Diego State University, San Diego, California, Estados Unidos
Páginas277-298

    Título original: "Towards a Revision of Politics" en Kathleen B. Jones y Anna E. Jónas Dóttir (eds.). The Polítical Interest of Gender, Londres, Sage, 1988. Traducido pon Ma. de Lourdes Foumier G.

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El marco conceptual del pensamiento político occidental contemporáneo refleja una visión de la política que es miope en lo referente al género. Para los pensadores clásicos como Platón, Aristóteles, Hobbes y Locke habría resultado inconcebible ignorar las cuestiones de género en el planteamiento de las teorías básicas de la política. Aun cuando distinguían nítidamente entre la naturaleza femenina y la masculina, ellos aceptaron la visión de que comprender el mundo de las mujeres era fundamental para entender la naturaleza y los alcances de la política. La mayoría de los teóricos clásicos afirmaron que los imperativos biológicos y culturales no sólo impedían la participación de las mujeres en estructuras de autoridad, sino que también tenían un efecto negativo en el desarrollo de las cualidades y aptitudes asociadas con la eficacia política y las actividades de la ciudadanía. Sin embargo, tajes afirmaciones reflejaban un agudo sentido de la centralidad del género para la raciona-Page 278lización de la vida política Teórico contemporáneos como Dahl, Lipset, Eckstein, Deutsch e incluso Luckes hacen que las cuestiones degénero sean periféricas al análisispolítico. En consecuencia, las mujeres y lo femenino" han estado ocultos en lateoría política contemporánea, y en las historias modernas del pensamiento político escritas desde un punto de vista androcéntrico (Saxonhouse, 1985, vii). A pesar de la progresión geométrica de obras realizadas por investigadoras feministas en teoría política, el discurso de la teoría contemporánea permanece en gran medida sin cambio.1 Se siguen construyendo teorías como si las mujeres y sus intereses como grupo fueran conceptuaImente irrelevantes para el discurso político. De manera más exacta, los teóricos de las principales corrientes definen hoy en día el terreno político en términos carentes de género.

En este ensayo se examinarán los sesgos epistemológicos y metodológicos de la investigación en ciencia política. Se considerarán las formas en las que el comportamiento político de las mujeres y la relevancia política de sus intereses se han ignorado o distorsionado; se evaluará la adecuación de los estudios contemporáneos sobre las mujeres y el proceso político. Por último, se sugerirán formas para corregir los límites conceptuales y metodológicos de esta investigación.

Los conceptos principales del pensamiento político occidental contemporáneo están construidos sobre la aceptación de la idea de que lo público es fundamentalmente distinto de lo privado y lo personal. Esta distinción informa a la disciplina y configura a las herramientas analíticas de la ciencia política tradicional. Contribuye a hacer que las mujeres y sus intereses políticos resulten invisibles. Su historia e influencia sobre la definición de normas y comportamiento políticos puede seguirse a partir de los griegos hasta los textos de política del siglo XX.

Empezando con los griegos, la definición conceptual entre lo público y lo privado dejó la comprensión clásica de la jurisdicción privada del hogar (oikos, o la esfera de la reproducción) y la economía (la esfera de la producción) como jurisdicciones de necesidad. Las relaciones de superordinación-subordinación prevalecieron de manera "natural" en estos terrenos de la actividad humana. Aristóteles argumenta, por ejemplo, que aquéllos que son superiores están destinados, por naturaleza, a regir a los que son inferiores. Encontraste, la jurisdicción de la polis fue una esfera de libertad descrita por relaciones de igualdad. Aristóteles observa que en las relaciones políticas "gobernante y gobernado intercambianPage 279 posiciones, deseando ser iguales por naturaleza y no diferir en cosa alguna" {Politics, I, 1259b, pp. 4-6).

La distinción entre lo público y lo privado se basa también en el reconocimiento de que la vida en la polis está marcada por consideraciones de elección múltiple, o aquello a lo que Aristóteles denominó como las preocupaciones de la "vida buena". Las actividades de la esfera privada proporcionan el material y cubren las necesidades físicas de la existencia. Aunque el de la vida privada, incluyendo el trabajo de la mujer en la familia, es una contribución esencial a la vida de Ia polis, categóricamente diferente, de la acción política. Esta se caracteriza por el discurso razonado. Los ciudadanos participaron en actos políticos que reafirmaron su racionalidad y autonomía. Fueron actores políticos quienes articularon, de manera pública y autoritaria, los valores que la polis conjuntaba. Ya que se consideraba que las mujeres estaban asociadas con la esfera privada, debido a la naturaleza y a través de ésta, se les excluyó funcionalmente de la práctica de la libertad que definió la política.2

En la tradición homérica, el modelo del ciudadano-soldado excluía a las mujeres de la vida pública. En la filosófica, el modelo del discurso racional definió la práctica de la ciudadanía. Las consecuencias de este sesgo conceptual actuaron, junto con otras fuerzas materiales, para estructurar la vida política y la ciudadanía en formas que segregaron categóricamente a las mujeres de la vida pública y a las necesidades con las que se las asoció (Slater, 1968; Saxonhouse, 1980; Hartsock, 1982, cap. 3). Para usar la metáfora de Jean Bethke Elshtain, a las mujeres se las hizo públicamente sin voz, excluyéndolas así del vocabulario de la política (Elshtain, 1982).

De esta forma quedaron escritas en la misma definición clásica de política las premisas que impidieron la participación de las mujeres en la vida pública, aunque los intereses femeninos se reconocieron como esenciales para la estabilidad necesaria para el logro de la virtud (Saxonhouse, 1985, pp. 84-90). Es más, se consideró que las relaciones jerárquicas y patriarcales eran las características naturales del poder en la esfera privada. En consecuencia, la exclusión de las mujeres de la vida pública se atribuyó a su inhabilidad "natural" para trascender su subordinación biológica y económica del hogar.3 La distinción entre dominantes y dominados se volvió algo específico del sexo. La política, por definición, se convirtió en un mundo en el que los hombres actuaban y hablaban.

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Los conceptos que estructuraron el discurso político a través del periodo clásico se basaron en esta dicotomía, asumida entre los dominios público y privado. Además, la esfera pública se caracterizó como un terreno de libertad en el cual la tiranía de la "naturaleza" podía estar circunscrita. Debido a que a las mujeres se las asoció con el dominio privado, la vida pública se volvió, en la tradición clásica, no sólo sin mujeres, sino contra ellas y las devaluadas virtudes del "oikos". El ethos antifemenino de la esfera pública tuvo sus raíces en una epistemología que era de manera efectiva, aunque no intencional, misógina.4

A pesar de esto, los escritores clásicos apoyaron el concepto de política como la acción en la colectividad "ética". En consecuencia, hasta donde fue posible demostrar que las barreras "necesarias" para la participación —de sexo, clase, etcétera—en realidad eran contingentes, la articulación de una definición unlversalizada de la actividad pública y de las normas de la vida pública siguió siendo posible.5 Aun Aristóteles dejó abierta la posibilidad para que, en ciertas circunstancias, el dominio natural de lo masculino sobre lo femenino quizá tuviera que trastornarse para que dominara el "mejor" y se realizara el acto virtuoso. Por ejemplo, en las obras de Agustín, la idea de la política como acción ética fue prominente. Distinguió entre la ciudad de Dios, en la cual la jerarquía y la desigualdad se habían erradicado, y la ciudad del Hombre, donde resultaban dominantes las características humanas menores. En la ciudad de Dios, las mujeres son miembros-ciudadanas al mismo nivel que los hombres, aunque en la terrena pueden estar dominadas por ellos. Pero ya que las políticas temporales se han eclipsado por la superioridad de la política espiritual, esta aparente igualdad política tiene poder limitado al volver a considerar el significado de la vida pública de los ciudadanos como seres con un género. La ciudadanía en la virtuosa ciudad de Dios se encuentra más allá del cuerpo y la sexualidad y de la realidad histórica de las personas pensadas como hombres y mujeres.

Maquiavelo divorció los términos del discurso político y las normas de vida política de la virtud en el sentido normativo. Esta se transformó en virtu, o excelenciaPage 281 en las habilidades de liderazgo y construcción del Estado, mientras que la excelencia se midió en términos del uso efectivo y eficiente del poder. Dada la extensión a la que Maquiavelo redujo la política convirtiéndola en una empresa instrumentalista, en un ejercicio de la voluntad, las mujeres quedaron excluidas de manera aún más completa de la vida pública.

En un sentido metafórico, la política ahora existía como el terreno de acción en el cual la trapacería y astucia del manipulador Príncipe (masculino) mantenía a raya, tantocomoerahumanamentepos¡ble,loscaprichosdeldominiodeFortuna (femenina) sobre los asuntos humanos. Prácticamente, ya que la vida pública no sólo se basaba sino que dependía de la fuerza bruta o del poder militar, la participación de las mujeres en la "ciudadanía militarizada" (Pocock 1975) quedaba excluida. Pero resulta particularmente importante considerar las implicaciones de la sustitución maquiavélica de la eficiencia por todas las otras normas éticas que pudieran legitimar la acción política. En un sentido normativo, la política de Maquiavelo excluía un modo de hacer política que considerara las elecciones públicas en términos de justicia, moralidad y relaciones humanas sustituyéndola por el cálculo racional de los medios...

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