Hablar, escribir, callar

AutorFabrizio Mejía Madrid

-La literatura es más que el cine porque con palabras podemos decir "eternidad". Con imágenes, nunca.

Las palabras pueden nombrar lo que no existe y, con suerte, a veces, sustituyen a la horrenda realidad. Eso es lo que celebramos cuando nos acordamos del idioma que, en estos días, tiene su fiesta en la conmemoración de una más de las muertes de Cervantes. Todo en ello apunta a lo inexistente: ni Cervantes murió un 23 de abril ni el calendario que se usaba en tiempos de Shakespeare coincide con la fecha, pero ése es justo el punto. El lenguaje, en la lista que de sus temas hace Claudio Magris, nos permite hacer surgir un mundo donde de verdad sabemos lo que es: "El amor, el coraje, la lealtad, la pasión erótica, la piedad, el delirio, el miedo, la traición, la infamia, la exigencia de justicia, la búsqueda y el rechazo de Dios". Es el lenguaje el que los hace existir y cada idioma tiene su peculiar forma de hacerlos que surjan. La del español tiene que ver con los conejos.

Sabemos por Antonio Alatorre que el español nace en Hispania, "tierra de conejos" para los fenicios y los cartagineses. Muy probablemente "conejo" es la primera palabra que el latín convierte en "cunículus" por lo menos un siglo antes de Cristo. Eso es lo que dice Plinio El Viejo. Nuestro idioma, mezcla de fenicios, celtas, africanos del norte y romanos, pone al mundo ante mundos nuevos: lo esdrújulo, que le da un énfasis, una contundencia única; el uso de los géneros "la" y "él" y de los estados únicos de "ser" y estar"; y los diminutivos. Occidente se beneficia desde entonces -un poco más de hace mil años- de un mundo nuevo, el del español, que es capaz de crear sonidos tan característicos como "gorra", "chaparro", "peñasco", "mujeriego", "páramo", pero también de una idea de lo inexistente, donde caben lo exagerado y lo disminuido. Esa teatralidad del español quizás explica por qué la frase de Quevedo tuvo tanta suerte en el imaginario mundial: "El inglés es para hablar de negocios. El francés para el amor. Y el español es para los que quieren hablar con Dios". Es decir, para los que hablan solos.

"Ser" y "estar", por ejemplo, que tanto trabajo le cuestan a quienes no viven dentro del idioma, nos habla de cierta tendencia a pensar en que podemos habitar un mundo sin tener una presencia física. Ángeles y fantasmas, pero también tiempos extraños como "habría" -más lo que pudo ser que lo que puede demostrarse- o el tan mexicano "ahorita", se explican sólo encapsulados en...

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