Gustología

AutorFabrizio Mejía Madrid

El gusto fue considerado un sentido bajo precisamente porque, cuando probamos con la lengua, no existen mediaciones morales, y el saber proviene del sabor. El gusto goza sin poder dar cuenta de su razón. La opinión como gusto vive justo entre la ignorancia y el conocimiento, y no es muy útil porque "quien no advierte lo que le falta no aspira a aquello que no cree necesitar", como diría Sócrates. El gusto es pre-racional y no existe en nada ni nadie objetivamente, sino que es una percepción de quien lo saborea. Lo que deberíamos apreciar, preferir, se desligó, no sólo de la opinión deliberativa, sino también de la experiencia. Se dice lo que me gusta y disgusta basado tan sólo en esa intuición dudosa: como en el circo romano, pulgar arriba o pulgar abajo. Todo se vale en nombre de la auto-realización, aunque no exista ninguna razón que la sustente. La auto-expresión como gratificación inmediata. Lo que el gusto le hace a lo público es que le permite a algunos mirar con desprecio a los otros. Es un sentido extraño porque está ligado a la necesidad. Comer es vital, pero su exceso es glotonería. Es un problema de medida. Y esa medida es señal de superioridad. El problema es que, sin tener en cuenta ningún tipo de experiencia, el gusto como opinión no tiene como referente lo que permite que un chef o un diseñador tenga autoridad cultural: ha comparado. Su gusto proviene del contraste entre varios y, sólo entonces, formula un juicio. Pero hoy no es así. El gusto no es una opinión, es sólo la aspiración al estándar de lo "propio" (que es, cualquiera que sea la opinión, masivo).

Esta idea de opinión pública propone que todo sea subjetivo, efímero y no convincente por mucho tiempo. Es la tiranía de la seducción que se inventó para que las clases medias de la Europa de finales del siglo XVII supieran qué consumir del tumulto de mercancías que llegabant de todo el mundo colonizable hasta sus puertos. Con los siglos llegamos a lo que sucede hoy en casi cualquier esfera de juicio: es la imagen la que importa, no el sujeto. Por decirlo de algún modo, lo hecho cedió ante la marca.

El otro problema de haber dejado la opinión al gusto es que hemos creado campos de identificación en los que ya no operan los hechos, sino las convenciones. Como dice Pierre Bourdieu en El sentido social del gusto, cuando se trata de ser "sincero" en la esfera pública, lo que hallamos es una verdadera confusión entre la disposición como consumidores y la posición política...

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