Guillermo Samperio In Memoriam

AutorMarco Antonio Campos

En 1973 el poeta Óscar Oliva, director de Literatura de Bellas Artes, creó varios talleres literarios. En cuento llamó a uno insuperable: Augusto Monterroso. Los primeros becarios fueron Guillermo Samperio y mis amigos Luis Chumacero y Bernardo Ruiz. Al preguntarle a Monterroso qué tal era Samperio, de inmediato repuso: "Es muy bueno". No sólo Monterroso le dio la confianza de que era un notable narrador, sino de seguro su taller le sirvió de gran raíz y vivo modelo para que Guillermo empezara la que sería una prolongada tarea de director de talleres literarios.

Él habló así de Monterroso en una entrevista: "Su importancia radicó en dos aspectos: en la definición de mi vocación y en aprender a distinguir en los textos literarios esas partes que quizá no sean importantes en el desarrollo del tema, pero que están tan bien escritas que son un deleitable regalo. Con él aprendí a apreciar la buena prosa y la buena poesía".

Traté a Samperio en las décadas de los setenta y ochenta y parte de los noventa. Fuimos muy buenos amigos, pese a nuestros temperamentos difíciles, pero siempre quitamos las espinas. Era cuestión de salir de las zonas de conflicto, y así lo hicimos. Coincidimos en numerosos viajes y encuentros literarios y en lecturas y en reuniones y en cafés. Sobre todo en los años ochenta se hizo muy buena amistad con narradores de la generación como Hernán LaraZavala, Luis Arturo Ramos, Silvia Molina y la fallecida María Luisa Puga. Todos admirábamos al cuentista que era Guillermo o Willy, como casi todos en corto le decíamos. A varios, entre ellos a él, nos marcó para siempre el movimiento estudiantil de 1968.

Conmigo, salvo pequeñas fricciones, se comportó con gran nobleza. Había tal empatia que aun antes decir las frases ya sabíamos qué iba a decir el otro, y nos reíamos o carcajeábamos. Era amigo de sus amigos, pero a quienes no le simpatizaban, con espléndida imaginación -en la vida diaria o en sus ficciones- los caricaturizaba o les tenía un chiste como flecha envenenada.

Nunca dudó que su obra era muy buena y hasta donde tuvo fuerzas hizo lo posible por divulgarla y ser reconocido internacio-nalmente. Una vez, para un congreso, fue capaz de ir tres días -dos de viaje- a la La Paz, Bolivia. Desde hace mucho no había antología de cuento mexicano en la que no apareciera. Fue también muy traducido, pero el cuento no es atractivo para las grandes editoriales.

No sé si valga la pena contar esta anécdota. A fines de los ochenta fui a dar...

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