Y mis gritos ni se nota

AutorRosa Nissán

-¿A poco está Juan Gabriel en Texcoco? El local a reventar. Miro a los 360 grados que me rodean. En el escenario, los galleros llevan entre sus manos a los hermosos anima-litos; mi vecino explica que al tercero sólo lo utilizan para azuzar a los peleadores: los acercan y se les encrespan las plumas del copete. Una muchacha narigona, muy, muy hombruna, con no mal cuerpo, le va al rojo, mienta madres con ademanes groseros, sonríe, se sienta, se levanta, le grita a los de adelante, a los de al lado, a los de arriba. Un hombre canoso carga al rojo, mientras el de bisoñé, serio como un médico y teatral como un mago, revisa una a una las navajas. Las muestras en su estuche como si fuera a dar comienzo una delicada cirugía. Todo está listo para soltar a los gallos. Los apostadores, con caras de respetables padres de familia, presurosos, despejan la pista. Wall Street.

Y empieza el voladero de plumas, el rojo se le sube al verde, "¡Mátalo!", grita mi vecina, pero el verde salta y se le monta al rojo, luego el rojo al verde, cuando se desanudan el verde parece muerto. Lo levantan y el animalito da señas de seguir vivo; el tipo le da aire de boca a pico. ¿Les gustará esto a todos? Me detengo en los rostros nerviosos de los que apostaron fortunas, revolotea puro billete grande. Vuelven a encarar a los gallos: hay que divertir al Honorable; a los de primera fila, tan serios e importantes, les salpica sangre.

Otra vez el verdecito ya agachó el pico, los amarradores observan con profesionalismo. ¿Qué goce sentirán? Pobrecito del verde, ya ni se mueve, lo levantan, le enrollan bien la navaja con el hilo. El veterinario, muy ceremonioso, lo inspecciona y otra vez los enfrentan. Sorpresivamente el desfallecido verde agarra fuerza y ¡sopas! madrea al rojo. Mi vecina grita, está que echa chispas.

Por fin declaran empate, se llevan a esos pedazos de gallos desplumados, rotos, agónicos.

Empiezan a meter bafles e instrumentos musicales, extienden en el piso del escenario un tapete redondo color guinda. Aparecen unos mariachis de lujo, briosos y macizos charros blancos. Después de dos piezas, hace su entrada triunfal Juan Gabriel. Sus canciones hacen en míel efecto de un bálsamo cura heridas. Interpreta melodías muy conocidas, sazonadas con los gritos del público. Poco a poco su magia nos envuelve, canta una balada que le compuso a su madre.

Entra la orquesta, se instala frente a órganos, pianos, baterías y "necesito de tu amor, porque ya no aguanto más", y los...

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