La Gaceta del Charro/ Los vuelos de André Maurois

AutorGermán Dehesa

Cuando a la vida le da por hacer poesía rimada ocurren las coincidencias (pruebas hechas en Alemania, así lo han demostrado). A este respecto, el caso de André Maurois es muy ilustrativo. El nació y murió en Francia, y sus días en este mundo abarcaron de julio de 1885 a octubre de 1967. Vivió quizá con excesiva fama y, a su muerte, su obra padeció de un excesivo olvido. El nombre que la vida le otorgó fue Emile Herzog. Puedo asegurar que no escribió para mí, pero lo he leído con frecuencia y atención; digamos que ha sido un autor inevitable (cada figura materna que ha comparecido en mi vida -desde mi madre biológica, hasta Rosario Castellanos- se ha encargado de ponerme a leer a Maurois). Mediante un hábil golpe de timón, pasemos ahora al vuelo Mexicali-México que realicé hace algunos días. El azar se encargó de asignarme en la clase turista del avión, un lugar distante del de la Hillary y colindante del de un señor que estaba magnéticamente concentrado en la lectura de un libro que, así de reojo, se veía viejo, sin ser antiguo y barato, sin ser corriente. No era la suya una lectura apresurada o superficial; parecía que estaba descifrando una estela maya. Nada estimula más mi metichería que el espectáculo de un lector -un cómplice- hipnotizado. En cuanto se distraiga un momento -pensé- le voy a preguntar qué está leyendo. No hubo modo. Leyó sin pausa desde antes del despegue, hasta después del aterrizaje; su método era asaz extraño: leía fluidamente 30 renglones y, de pronto, se detenía largamente en uno como si éste fuera el secreto nombre...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR