La Gaceta del Charro/ Altar de muertos

AutorGermán Dehesa

El jardín que un nieto y un abuelo pueden cultivar es, según me consta, un secreto y sellado paraíso. Imaginen un jazmín recién brotado, bien guarnecido con matitas de perejil (que siempre están de muy buen humor y risa y risa) rodeado de conejos teporingos, a la orilla de un estanque donde sosegadamente nadan patos que todavía no toman una decisión aeroportuaria y todo esto protegido por la sombra de un añoso sabino que derrama tiempo como si fueran bendiciones (un árbol bien plantado más danzante, diría Paz). Más o menos así me lo imagino yo, pero, puesto que su Charro Negro ni abuelos tuvo, no poseo más referente que los ojos de Andrés que avisan del derrumbe del sabino y de la consecuente cancelación de este paraíso. Otros podrá tener, pero éste ya no existe.

Para colmo de males, ocurre la malhadada coyuntura de que es Día de Muertos que, aquí en México y para infinita confusión de nuestra infancia, se debate entre Mixquic y Wisconsin; entre el altar de muertos (¿dobedamigalaverida?) y la celebración al estilo yanqui (¿dobedamijalogüín?). Si a mí me preguntaran, cosa que hasta el momento no han hecho, yo pospondría infinitamente la recordación de los muertos, pues como bien puedo atestiguarlo, la pululación de nuestra sangre y los marinos movimientos de nuestra conciencia incluyen permanentemente a nuestros fieles e infieles difuntos. Esto es lo que yo opino, pero cien millones de mexicanos opinan que debe proseguir la anual conmemoración, máxime cuando funge como pilote maestro de un airoso puente, orgullo y honra de la ingeniería calendárica de los tenochcas.

Así están las cosas y para mi buena fortuna, mi enlutado vástago salió pluricultural, sincrético y multiétnico...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR