Fiesta Mandengue

AutorRaúl Díaz

Todo esto hay que tenerlo en consideración cuando de asistir a un espectáculo mandengue (o de mandengué) se trate, como el ocurrido la noche del pasado viernes en la Fonoteca Nacional que, bajo la dirección de Lidia Camacho, se está abriendo a experiencias múltiples y radicalmente diferentes entre unas y otras sin dejar de lado lo que, en términos generales, podríamos llamar "tradicional".

Así la Fiesta Mandengue, llevada por el Festival Ollin Kan fue una excelente muestra de qué diablos es eso que, estrictamente, no puede situarse dentro de las manifestaciones vernáculas o folclóricas africanas pero tampoco puede afirmarse que no las contenga, así como no puede decirse que se trató de una presentación de pura música o canto o danza, o de una combinación de los tres pero nada más, porque allí también estuvo representada la poesía pero también la política y la resistencia y, resumida, una cultura que empezó siendo contra-cultura como forma de lucha, pero que a fuerza de ser gustada en latitudes bien diferentes se transformó ya en reconocida y aceptada aunque, aún, un tanto marginal.

Es la herencia, la milenaria historia plasmada en formas artísticas que dejando lo tribal se subió al escenario y se desplazó del continente quizás con sorpresa inicial hasta para sus mismos exponentes.

Claro, en el camino la "pu-reza" se perdió y el mandengue (occidental, digamos), es ya una fusión con otros géneros, pero no se trata de una fusión indiscriminada sino selectiva, y así su mezcla es únicamente con ritmos y formas que, de alguna manera, se desprenden también de la negritud, léase soul...

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