La felicidad del poder

AutorArmando Bartra

Es claro que al de Macuspana le place su oficio y que lo ejerce con gusto. No sólo ahora que es presidente, sino también en la adversidad del desafuero, del acoso, de los reiterados fraudes electorales... Tribulaciones y a veces literales descalabros que siempre tomó de buen talante.

Quizá por eso en el accionar de López Obrador no encuentro odio ni amargura. Le gusta repetirlo y se lo creo: lo suyo no es la venganza.

El presidente es un hombre feliz y eso es bueno para la nación.

Es un hombre feliz e impetuoso. En este primer año los cambios han sido en ráfaga: un día sí y otro también nos enteramos de una nueva decisión de trascendencia económica, social, política, simbólica, o todo a la vez. López Obrador trae prisa.

Y no es para menos. El primer paso de la Cuarta Transformación tiene que darse en menos de seis años; en un sexenio hay que enderezar el curso de nuestra historia, porque aquí no hay reelección y con pluralismo político cualquier cosa puede suceder.

Viraje drástico que demanda mudanzas radicales en todos los ámbitos: cambiar de vía la descarrilada economía que nos dejaron los neoliberales, remendar el tejido social que desgarró la guerra, sacar del congal a la política, encender la luz de la esperanza en nuestro ensombrecido imaginario social... La voluntad de cambio que anima a la Cuarta Transformación enfrenta usos y costumbres forjados a lo largo de un siglo, reglas de juego interiorizadas también por los ciudadanos, rutinas de sumisión, rituales del poder... Va a estar duro. Enmendando a Lampe-dusa, diría que el desafío de López Obrador -y el nuestro- es cambiarlo todo para que nada vuelva a ser igual.

Vemos un gobierno con prisa porque objetivamente seis años son pocos para la gran mudanza. Pero siento que también hay en la administración una prisa subjetiva. Y es que Andrés Manuel ya tuvo un aviso de que los tiempos de las personas -como los de los gobiernos- están acotados y si uno quiere terminar lo que se propuso hay que apurarse. "La vida es demasiado corta para desperdiciarla en cosas que no valen la pena", es la frase con que termina el libro No decirle adiós a la esperanza, que escribiera en 2012.

Tenemos un presidente feliz e impetuoso, pero también con mandato; un mandato inaudito, descomunal. Nadie en un siglo había gobernado el país con un encargo de este calibre. Con variantes de matiz, los presidentes posrevolucionarios -los "monarcas sexenales"- se montaban en la inercia del sistema y daban continuidad a...

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