Exiguas palabras para dibujar un Naranjo

AutorRafael Vargas

Naranjo es un hombre sencillo que gusta de trabajar con inflexible disciplina una considerable cantidad de tiempo, dentro de horarios muy regulares, con una enorme exigencia hacia sí mismo y una paciencia también enorme para lograr lo que se propone. Es probable que su principal virtud sea esa tenacidad, aunque hay muchas otras que también deben tenerse en cuenta cuando se trata de comprender la naturaleza de su trabajo.

Pero precisamente por sencillo, por dedicarse con tanto ahínco a su trabajo y hacer poca "vida social" es a la vez un personaje misterioso a quien la mayoría de sus admiradores (es decir, los admiradores de su trabajo, precisión que a él mismo le gusta establecer) apenas conocemos.

Por supuesto, Naranjo ya dice mucho acerca de sí mismo con cada uno de sus extraordinarios dibujos: puntuales y punzantes comentarios a una realidad política que todos los mexicanos compartimos y de la que no podemos escapar, pero sí reírnos (es decir, entender con dosis indispensables de crítica, sorna e ironía), lo mismo que finísimas y concisas descripciones de grandes figuras de la cultura nacional e internacional.

A través de ellos es muy fácil colegir que su autor es un hombre con una afilada percepción histórica y social, un ciudadano con una clara idea de la justicia y de la moral republicana, un lector voraz con intereses en muchos campos y, desde luego, un gran conocedor de pintura.

Pero si bien sus dibujos han llegado a formar parte de nuestra conciencia colectiva gracias a su asombrosa capacidad de trabajo -se calcula que ha producido casi veinte mil piezas-, que se traduce en una presencia tan extendida y prolífera que prácticamente cualquier persona puede identificar a golpe de vista un "Naranjo", él se sustrae a la curiosidad del público por su persona y prefiere diluir sus rasgos en la tupida trama de trazos que caracteriza su obra.

En realidad, en el caso de Rogelio Naranjo, vida y obra se confunden de manera inevitable. Quien se acerque a sus dibujos con la atención que merecen (idealmente tan minuciosa como el achurado que los distingue) comprenderá que al inusual esfuerzo físico necesario para hacerlos corresponde una personalidad igualmente inusual.

Rogelio Naranjo Ureño nació el 3 de diciembre de 1937 en Peribán, un pequeño pueblo al oeste de Michoacán (entre el vecino municipio de Uruapan y el estado de Jalisco), fundado hacia 1541 y cuyo nombre significa "hilar" o "donde hilan". Es hijo de un hombre trabajador y lleno de ingenio a quien recuerda como el hombre orquesta del pueblo ("lo mismo era tendero que panadero, y cuando se necesitaba decorar la iglesia él se encargaba desde la pintura hasta los modelados en yeso dorados con hoja de oro") y de una mujer muy religiosa que lo educó en un catolicismo que él abandonó hace mucho tiempo, aunque cabe suponer que los valores que esa fe predica contribuyeron a forjar en su infancia los principios éticos que lo llevan a reprobar y combatir la injusticia, la deshonestidad, el latrocinio y otras formas de crimen y corrupción que han caracterizado a los gobiernos de nuestro país en los últimos setenta años.

El talento de su padre para el dibujo -aun sin estudios formales en la materia era capaz de hacer acabados planos arquitectónicos- indujo a Naranjo por el camino de las artes plásticas y lo decidió a estudiar pintura en la Universidad Mi-choacana de San Nicolás de Hidalgo, aunque su vocación no era propiamente la de ser pintor, sino dibujante.

-Hice caricatura desde niño -le contó a uno de sus jóvenes colegas: Antonio Hel-guera-. ¡Me encantaba el género!

-Pero tú estudiaste pintura.

-Sí, porque...

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