El más espiado, el más perseguido

AutorJorge Carrasco Araizaga

"Comunista", "democristiano", "pandillero dedicado a atacar al sistema de vida sostenido por la mayoría nacional" fueron sólo algunas de las descalificaciones que el presidencialismo autoritario del PRI le dirigió al periodista Julio Scherer García. Meterlo a la cárcel fue la advertencia que, en la alternancia del PAN, le hizo el secretario de Seguridad Pública federal, Genaro García Luna, si lo encontraba "en flagrancia" con algún jefe del narcotráfico en México, aludiendo al encuentro periodístico que tuvo con Ismael El Mayo Zambada.

Scherer le resultó incómodo al viejo PRI y al paréntesis sucedáneo del PAN. Exhibidos por sus excesos e incapacidades, ningún gobierno emanado de esos partidos soportó su periodismo y buscaron asfixiar a Proceso tal como lo habían hecho Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría con el periódico Excélsior.

Acostumbrados a controlarlo todo, empezando por la prensa, los presidentes en turno hacían de la defensa del régimen priista la defensa del Estado. El aparato de seguridad era para perseguir a comunistas y opositores. Para ese sistema, Scherer fue las dos cosas. Al menos así se asentaba en panfletos elaborados en la Secretaría de Gobernación (Segob), primero cuando Díaz Ordaz y Echeverría eran sus titulares, y luego cuando ocuparon la Presidencia de la República.

Como encargada de la estructura represiva (a través de la Dirección Federal de Seguridad, DFS), la Segob siguió al reportero en todas las actividades. Le espiaba todo. Le intervenía los teléfonos, conocía su agenda, con quién se reunía, a dónde iba, cómo se transportaba, cuándo y cómo viajaba y hasta lo que comía y su actividad física. Fue vigilado como si fuera una amenaza a la supervivencia del partido hegemónico y autoritario.

Desde finales de los años cincuenta fue escudriñado por el poder: Había ingresado en 1946 a Excélsior, del que fue subdirector en 1965 y director general entre agosto de 1968 y julio de 1976.

En el Archivo General de la Nación (AGN) existen las constancias del acoso al que fue sometido. Un ejemplo es la intervención de las conversaciones telefónicas que mantuvo en 1966 con el entonces jefe de prensa de Díaz Ordaz, Francisco Galin-do Ochoa, quien le agradecía la cobertura del diario al segundo informe del mandatario y quien, años después, como vocero de José López Portillo, buscaría a toda costa cerrar este semanario.

Fueron décadas de hostigamiento. En 1963, cuando Díaz Ordaz encabezaba la Segob y Echeverría era subsecretario de la misma dependencia, la administración federal embistió a los opositores en el más puro estilo macartista, anticomunista, de la época. La crítica de arte Raquel Tibol, colaboradora en el Excélsior de Scherer y una de las fundadoras de Proceso, atestiguó cómo el reportero fue el centro de la propaganda gubernamental panñetaria mucho antes de su expulsión del "Periódico de la vida nacional".

A principios de los años sesenta, en plena Guerra Fría, era común difundir desplegados apócrifos con membretes y firmas de paja. El propósito era acusar a los jóvenes periodistas con ideas renovadoras y...

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