Con espíritu barroco

AutorHéctor Zagal

Después del artículo sobre los siete adefesios del mundo, La obsesión por las listas (El Ángel, 22/07/07), recibí diversos correos. Muchos de ellos coincidían en que la llamada "cabeza de Juárez", en la Delegación Iztapalapa, merecía un lugar en la lista. Otros me recriminaban por no haber incluido un mayor número de exponentes nacionales. En aquella ocasión se buscaba la universalidad de la muestra. Ahora, tengo la (arrogante) oportunidad de pasar revista a la estética mexicana.

No se necesita ser ningún experto para percatarse de que las categorías estéticas del mexicano no se corresponden del todo con los cánones occidentales. Cargamos sobre nuestras espaldas una tradición estética compleja y con frecuencia se nos acusa de tener mal gusto. La ambigua palabra naco revela nuestra insatisfacción estética; la tensión de un gusto que, en el fondo, sigue dominado por Nueva York y París.

Yo no sé si somos barrocos porque estuvimos sometidos intensamente a su influencia o, viceversa, si encontramos en el barroco un ve- hículo cómodo para expresar nuestro ethos. Pero de lo que sí estoy seguro es que, en el corazón de todo mexicano, hay un pequeño Churriguera dentro. Sincerémonos: nunca nos sentimos a gusto en los austeros lofts minimalistas.

El profundo arraigo del barroco en México es una tendencia, casi instintiva, al abigarramiento, los colores vivos, al dramatismo y al recargamiento. Los mexicanos cultivamos el desequilibrio, la desmesura, la anulación de la armonía, los claroscuros violentos, el desorden.

El genio artístico mexicano se ha movido, fundamentalmente, en tres ámbitos: i) la iconografía oficial, ii) el mundo religioso, y iii) las manifestaciones populares.

La historia oficial, por el gobierno priista a lo largo de 70 años, es una ina- gotable fuente artística. La figura de los caudillos independentistas y revolucionarios, como Hidalgo o Zapata, ha sido tema de un sinnúmero de manifestaciones culturales en el País. Rivera, Siqueiros y Clemente Orozco no escatimaron en el retrato de estos personajes. El significado histórico que todos ellos encarnan servía, perfectamente, a sus propósitos de propaganda. Y, en este sentido, el arte mexicano oficial, con su asfixiante tono nacionalista, antes que bello o feo, puede ser calificado como fascistoide. Basta mirar el águila del Seguro Social (de la que se burló Ibargüengoitia), el Monumento a la Madre de las calles de Sullivan (rumbo bien conocido por los jóvenes de esta ciudad) y el...

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