Un episodio de locos

AutorFrancisco Marín y Mario Casasús

VALPARAÍSO, CHILE.- El 29 de agosto, dos semanas antes del golpe militar del 11 de septiembre de 1973, el poeta Pablo Neruda escribió una carta al entonces comandante en jefe de la Armada, Raúl Montero. Ésta tenía por finalidad denunciar el allanamiento realizado al hospital psiquiátrico El Salvador, de Valparaíso, por efectivos de esa rama castrense.

Neruda protestaba en la misiva lo insólito que resultaba que mientras grupos de extrema derecha realizaban "quinientos atentados terroristas, asesinatos e incendios gravísimos (...) la repartición armada ordena allanar los sitios exactos donde no están los culpables ni las armas".

Este nosocomio era por aquellos años dirigido por el gran amigo de Neruda el doctor Francisco Velasco, con quien compartía vivienda en la casa La Sebastiana de Valparaíso.

Esta historia había permanecido oculta hasta que la familia Velasco Marther la rescató de los archivos del doctor Velasco, recientemente fallecido. El pasado 21 de marzo, mientras un miembro de esta familia -que quiso mantener su anonimato-buscaba entre las cajas de documentos del doctor Velasco, descubrió una carpeta que contenía las memorias inéditas de éste, así como una serie de cartas inéditas de Matilde Urrutia y Pablo Neruda, entre ellas una copia de la enviada al comandante Montero.

El allanamiento

En sus memorias el doctor Velasco narra el allanamiento de los militares al hospital psiquiátrico. Su texto se reproduce a continuación:

"Como ya he dicho era director del Hospital Salvador de Valparaíso, cargo que asumí en el año 1970, después de ganar un concurso en que era el único oponente. Uno se encariña con su hospital, por muy pobre y pequeño que sea, y se encariña con el personal que trabaja en él. El hospital es construido en parte de adobes que lucen numerosas cicatrices dejadas por sucesivos terremotos y son parte de las antiguas que data de la Guerra del Pacífico. Hay además salitas pequeñas de madera, como casitas rurales, y lo más hermoso son sus grandes espacios abiertos, sus árboles centenarios agitados permanentemente por el viento y, sobre todo, la proximidad del mar. El sonido del oleaje, el rumor de la arboleda, era la música de nuestros días y noches de trabajo.

"A veces, en invierno, una niebla espesa lo envolvía, resonaban embravecidas las olas, crujían las ramas y los techos golpeados por el viento, la sirena del Faro Punta de Ángeles parecía el lamento monótono de un cetáceo herido y el frío arreciaba. Era un hospital tranquilo sin grandes pretensiones (muy diferente al aspecto de los hospitales en general) que cumplía su...

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