Para entender a América Latina: Agustín Cueva

AutorBeatriz Stolowicz Weinberger
CargoUniversidad Autónoma Metropolitana. Departamento de Política y Cultura
Páginas345-356

    In memoriam

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Acaba de morir Agustín Cueva, con 54 años, en su natal Ecuador. Un primero de mayo, de este 1992. El Día de los Trabajadores. Como para recordarnos siempre que tanto en su vida y su obra, como en su muerte, estará indisolublemente vinculado a las luchas sociales de nuestro tiempo.

Existen varias maneras de hacer un homenaje póstumo. Cuando se trata de un querido amigo, como Agustín, espontáneamente vienen a la mente momentos comunes, diálogos, percepciones íntimas. Sin embargo, en estas líneas quisiera poder expresar el sentimiento de muchos colegas, de tantos latinoamericanos para quienes Agustín Cueva fue un referente intelectual permanente. No se trata de una apología vulgar de su obra y su existencia. Agustín no lo hubiera aprobado, porque detestaba las vulgarizaciones. Faltaría a la verdad si dijera que nunca tuve diferencias o matices con alguna de sus opiniones, pero la ciencia no supone unanimidad sino crítica, en el sentidoPage 346 marxista de repensar constantemente el conocimiento acumulado por la humanidad. Y en este sentido, la obra y el papel de Agustín Cueva es un dato fundamental en la ciencia social contemporánea.

Con mayor o menor identificación con sus análisis o sus propuestas teóricas, sus aportes a las ciencias sociales latinoamericanas eran, y siguen siendo para muchos de nosotros, cuerpos nodales en el debate teórico, en la búsqueda de explicación de la realidad y en la posibilidad de pensar el futuro como construcción voluntaria a partir de las opciones que el conocimiento científico está llamado a ofrecer. Cuando menciono a las "ciencias sociales latinoamericanas" asumo su doble dimensión: la que expresa al objeto de estudio (América Latina) y la que explícita el origen geográfico de la producción, pero que lo trasciende con carácter universal. Agustín Cueva expresaba con igual intensidad ambas dimensiones.

La producción intelectual de cualquier sujeto es en sí un dato histórico. Su trascendencia histórica, sin embargo, depende del papel que dicha producción intelectual tenga para afectar las verdades absolutas, los conocimientos originados en el sentido común o las creencias que difunden las ideologías que, por dominantes, persiguen el status quo. Una razón típica de la intrascendencia histórica del trabajo intelectual es la mimetización: investigadores que gastan su energía en hacer estudios que no generen resistencias, sean consumibles por un mercado intelectual o editorial (nunca neutral en intereses), no comprometa situaciones personales y no les impongan desafíos. No la califico según la relación del conocimiento con la coyuntura o por la inmediatez utilitaria que tenga, mas sí por el sentido o función social que posea, percibida o no al momento de su generación. La trascendencia, si no la medimos por los absurdos criterios de evaluación curricular tan en boga hoy, sino por los efectos revulsivos y potenciaIizadores del pensamiento, la juzgamos no por la veracidad de tal o cual aseveración particular sino en su heurística como totalidad. Y con ese criterio valoro la obra de Agustín Cueva como trascendente.

La relación de Agustín con el tiempo histórico convierte a cada una de sus obras en un documento vivo de la realidad de nuestra región. Como un adelantado intelectual percibía los fenómenos que aún no cristalizaban para el sentido común o el común de los intelectuales, señalando temáticas, anticipando debates. Vivía la ciencia como hombre cabal comprometido con su tiempo.

Fue un verdadero Maestro. Enseñó a pensar la coyuntura sin perderse en los laberintos del empirismo, y encontró la relevancia de los datos en la perspectiva histórica que sólo puede lograrse con una sólida formación teórica, con una vasta cultura universal y una cualidad bastante escasa en los tiempos que corren: una profunda sensibilidad por la condición humana. Y mucho con loque apuntaba Einstein: "Ten per cent inspiration and ninety per cent perspiration". Cualquiera de susPage 347 escritos rezuma infatigables horas de trabajo, lectura, fichas, notas. Aun sus expresiones más poéticas condensaban laboriosas rigurosidades.

Quienes tuvimos el privilegio de asistir a sus clases (miles en los 20 años que vivió en México) de licenciatura y posgrado en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM participamos intensamente de la exquisita experiencia de conocer el libro que aún no se editaba en el país, del debate filosófico que apenas comenzaba en Estados Unidos o Europa, de la réplica documentada.

Agustín tenía un estilo peculiar. Era delicado en el trato, implacable polemista con una prosa fluida y una ironía elegante que, acompañada por citas literarias, daba una cadencia distinta a las precisiones conceptuales y a la apelación a los clásicos. Escribía maravillosamente. De los mejores, siento yo, lo que le permitía moverse en la abstracción sin acartonamiento ni aridez. Todo era inteligible en su comunicación. Rara especie en la academia, que llamaba a las cosas por su nombre, con caballerosidad y argumento, pero con la dosis de fuerza que el cinismo o la complicidad con el status quo le exigieran.

Fue un marxista consecuente, convencido del carácter científico del materialismo histórico. Enseñó a construir la totalidad pensada como un arduo desafío a las parcialidades o estrecheces ideológicas. Hasta sus últimos momentos no se le escaparon procesos, matices y especificidades, que discutía con sólidos fundamentos con sus alumnos de toda la región, con sus colegas del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Su querido CELA, al que le brindó las dos terceras partes de su actividad intelectual.

Un hombre del presente que enseñó a pensar la historia, como tendencia y coyuntura, como fenómeno regional y singularidad nacional. Sociólogo de profesión incursionó en un terreno que los historiadores latinoamericanos no habían atendido suficientemente, por lo menos en la amplitud de su objeto: explicar el carácter del "desarrollo del capitalismo en América Latina". En el prólogo de 1987 a su libro Entre la ira y la esperanza1 reflexiona sobre el estado de la historia en Ecuador en los últimos 20 años. En ellos reconoce un trabajo "modesto y sistemático" que valora positivamente, y agrega: "Se advierte desde luego la falta de una discusión teórica más profunda y constante, pero aun en eso no echaría la culpa entera en los historiadores: en la América Latina del último cuarto de siglo, prácticamente todas las grandes discusiones sobre conceptualización histórica fueron animadas por los sociólogos (En una de sus fronteras, la sociología es inevitablemente una teoría de la historia.)"'.

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Agustín encaró este desafío, tratar de explicar el "desarrollo del capitalismo en América Latina", sabiendo de las falsas dicotomías y fronteras profesionales en que se embarcan las ciencias sociales, con celos y desconfianzas que poco ayudan a avanzar en el conocimiento. Recibió críticas en los setenta por haber incursionado en "materia ajena" y, de hecho, como lo expresa en la cita que acabo de incluir, siguió creyendo en la necesidad de avanzar en el conocimiento sin etiquetarlo en compartimientos estancos, con el rigor teórico-metodológico y documental que el objeto de estudio mismo impone a la ciencia social.

Su largo ensayo (como él mismo lo denominó) titulado precisamente El desarrollo del capitalismo en América Latina fue premiado en 1977 por la editorial Siglo XXI de México, y sigue siendo, en su decimotercera edición aumentada (1990) un libro de cabecera en nuestro continente para quien pretenda conocerlo y entenderlo, se compartan o no todas las conclusiones teóricas que aporta. Los acontecimientos vertiginosos que siguieron a su publicación, y que anota en la introducción...

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