Enrique Krauze / Reformar sin convencer

AutorEnrique Krauze

En México muchas reformas han provocado revoluciones. Las que ha propuesto Peña Nieto no desatarán, previsiblemente, una revolución violenta, pero la reacción contra varias de ellas ha sido intensa. Puede serlo más, si su justificación económica y social no arraiga en la conciencia de las mayorías.

En el pasado, la pauta reforma-revolución fue clarísima. A fines del siglo XVIII, los monarcas españoles impusieron a sus dominios americanos una serie de profundas reformas económicas, fiscales y políticas con el objetivo principal de fortalecer el poder de la Corona a costa de la Iglesia y otras corporaciones civiles que, a lo largo de dos siglos, habían acumulado riquezas, fueros y privilegios. Llegado el momento, la respuesta de los súbditos criollos (religiosos agraviados, propietarios embargados) fue la Revolución de Independencia.

La Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma acotaron definitivamente el poder material y espiritual de la Iglesia, pero alrededor de ellas se desató la guerra civil. Siguiendo ese canon liberal, Porfirio Díaz abrió el país a la inversión extranjera propiciando un crecimiento firme, pero esas mismas medidas agraviaron a un amplio sector popular (los campesinos cercados por la expansión de las modernas haciendas, los trabajadores explotados por las compañías americanas) despertando sentimientos nacionalistas y de justicia social que provocaron el vasto terremoto que fue la Revolución Mexicana. México, claramente, se resistía a vivir bajo los valores del liberalismo.

Al finalizar la Revolución, la tensión entre fuerzas sociales y las leyes liberales produjo un híbrido: un poderoso Estado central que respetó formalmente las libertades individuales pero organizó las fuerzas sociales en un orden corporativo extrañamente similar al de la época colonial. Esta solución fue el secreto de la larga dominación del PRI. Un monarca absoluto regía al país como un sol alrededor del cual giraban las corporaciones sindicales, gremiales, campesinas, burocráticas (y hasta empresariales), dependientes en diversa medida de la protección y el patronazgo del Estado.

Hace veinte años, México vivió un nuevo encore del binomio reforma-revolución: la rebelión indígena encabezada por el Subcomandante Marcos que vio en el TLC la entrega del país a los dictados del capitalismo internacional.

Como casi todos los Leviatanes, el mexicano no sobrevivió el cambio de siglo. No fue el liberalismo económico el que lo destruyó, sino la democracia...

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