Carlos Elizondo Mayer-Serra / Derechos de juguete

AutorCarlos Elizondo Mayer-Serra

Para nuestros hijos el juego democrático debe parecer un incomprensible producto comercial. Genera más publicidad que un nuevo juguete, pero mucho más aburrida, contradictoria y hasta absurda. Pero no es juguete, aunque por momentos lo parezca. No está de más recordarlo: es una forma de gobierno, imperfecta como todas, pero perfectible como ninguna. En nuestro caso, además, mal diseñada, saturada de actores irresponsables y dirigida a una sociedad impaciente y desentendida.

Entre los mitos que heredamos de la gesta de la transición hay uno que tiende a producir gran desencanto. La democracia es la solución a todos nuestros problemas, se nos dijo antes del 2 de julio del 2000. Por el comportamiento reciente de los partidos políticos, por sus promesas y sus actos, pareciera que casi todos lo terminaron por creer. El autoritarismo nos negó mil oportunidades, es el momento de darlas todas, de ser generosos. Más y mejores derechos nos hacen más democráticos. ¿Quién puede oponerse?

El problema inmediato de nuestra joven democracia no es la improductividad legislativa, por más que haya tantas reformas pendientes, indispensables para crecer y construir una sociedad más justa. El riesgo inminente, más bien, es el exceso de leyes generosas que en nada contribuyen a resolver nuestro problema central: cómo gobernarnos en un mundo global y competitivo.

La responsabilidad es tanto del Ejecutivo como del Legislativo. Ambos han introducido iniciativas que pueden perseguir fines nobles, pero que carecen de los medios para validarlas o distraen recursos de asuntos más importantes. Otras iniciativas, peor aún, sólo persiguen intereses de grupo, disfrazadas de expansión de derechos. El mejor ejemplo es el 8 por ciento del PIB que por ley deberá gastarse en educación, cuando no se tiene el dinero ni la claridad de cómo hacer que éste sirva para mejorar ese derecho. El pecado del Presidente aquí fue no ejercer su poder de veto. Una facultad constitucional propia de toda democracia presidencial que tendrá que ser utilizada cada vez más, sobre todo si el Congreso sigue mostrándose tan generoso, para defender genuinamente los derechos de todos.

Sin duda es mucho más seductor expandir los derechos que las obligaciones. Se comprende que todos quieran entrar en ese juego. Pero detrás de todo derecho viene una obligación, por lo menos la de quien paga los impuestos que financian el aparato para hacer efectivo ese derecho, para que no sea éste un mero juguete. Es...

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