El género gramatical en español, reflejo del dominio masculino

AutorLeticia Villaseñor Roca
CargoUAM Iztapalapa, Área de Lingüística
Páginas219-229

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Al revisar los diversos planteamientos sobre el origen del género gramatical resalta la tesis de que su establecimiento responde a la visión que los usuarios del lenguaje tienen del universo. En este sentido, las lenguas no son más que un reflejo de la conciencia colectiva de los pueblos. La variación en el lenguaje, y específicamente en el uso del género gramatical, es la expresión simbólica de los cambios en la sociedad. Así, el tipo de lenguaje que utilizan los hablantes cambia de acuerdo con lo que son y lo que hacen: seleccionan palabras y patrones gramaticales distintos, simplemente porque manifiestan tipos de estructuras sociales diferentes.

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Es innegable que en las sociedades existen asimetrías cuyas causas hay que situar en las relaciones de poder que ejercen unos grupos sobre otros. A lo largo de la historia se ha podido observar que el papel de las mujeres en los ámbitos social, cultural, económico y político está condicionado por el dominio de lo masculino. Y aunque el efecto de dominar no siempre es el resultado de la intención de domeñar, es un hecho que las mujeres han sido relegadas por mucho tiempo.

El propósito de este trabajo es formular algunas cuestiones que expliciten cómo la gramática ha establecido el género masculino y femenino y de qué manera el sistema de creencias culturales es el que ha marcado la prioridad del primero sobre el segundo mediante la actividad discursiva de los individuos.

Desde el punto de vista gramatical, el género constituye un sistema de clasificación de los nombres y se manifiesta en el plano sintáctico para atender el fenómeno de la concordancia. La concordancia del nombre con otras clases sintácticas varía de una lengua a otra; sin embargo, sobresale en particular la que se da con los adjetivos, artículos, pronombres y hasta con los verbos. Dentro del ámbito de la gramática, es indudable que el género nada enlaza. Es interesante tomar en cuenta la visión de algunos gramáticos que explican el papel que juega la concordancia en la formalización del género. Francisco Sánchez de las Brozas, el Broense, al hablar en su Minerva (1587) de las desinencias del adjetivo señala que: "los nombres adjetivos no tienen género, sino terminaciones [...] y si no hubiese nombres adjetivos, o tuviesen una sola terminación, nadie hablaría de género gramatical".1

En el mismo sentido se expresa Andrés Bello (1847): "La clase a que pertenece el sustantivo, según la terminación del adjetivo con que se construye [...], se Ilama género [...] Es evidente que si todos los adjetivos tuviesen una sola terminación en cada número, no habría género en nuestra lengua".2

Y al lado de estos señalamientos sobre la concordancia en el español, Antoine Meillet (1958), quien analiza la categoría del género en lenguas indoeuropeas, se expresa en los mismos términos:

El carácter masculino o femenino en un sustantivo indoeuropeo sólo se reconoce por la forma masculina o femenina de los adjetivos con los que ocasionalmente se relaciona. Así, las palabras latinas pater [padre] y lupus [lobo] tienen género masculino porque se construyen con las formas adjetivas iste [este], bonus [bueno]; mater [madre] y fagus [la haya-árbol] son femeninos por que se construyen con ista [esta], bona [buena].Page 221 Sin la concordancia con el adjetivo, la distinción masculino/femenino no existiría entre los indoeuropeos [la traducción es mía].3

Entonces, ¿de dónde surge la necesidad de los hablantes de las distintas lenguas que distinguen géneros en los nombres? para muchos estudiosos el género gramatical es una más de las clasificaciones nominales que en el pasado se establecieron. Numerosas lenguas poseen sistemas que van de menos a más complejidad, y se basan en la oposición de rasgos tales como animado/inanimado, humano/no humano, macho/hembra, grande/pequeño, líquido/sólido y demás característica que se consideren relevantes en los referentes.

El género es una visión que los hablantes tienen del universo. De la misma manera que muchas de las categorías gramaticales, el género es percibido y vivido por éstos como un reencuentro con el "orden natural" de las cosas, muchas veces a pesar de las incoherencias. De estas clasificaciones de los nombres quizá la que más arbitraria parece ser es la de masculino/femenino (género gramatical), referida a macho/hembra (género natural).

El género para Edward Sapir (1921) tiene su origen en un "recorte" de la realidad que varía según los tipos de sociedades, y que ha dejado su huella sobre la lengua. Al mismo tiempo reconoce que la diferenciación del género ha dado lugar a formas lingüísticas que subsisten a pesar de que las concepciones que les dieron origen hayan evolucionado:

La forma vive más que su contenido conceptual. Una y otra están cambiando incesantemente pero, hablando en términos generales, la forma tiende a seguir existiendo cuando el espíritu ha desaparecido o ha cambiado su esencia. La forma irracional, la forma por la forma—o como se le quiera llamar a esta tendencia de aferrarse a las distinciones formales una vez que han tenido existencia— es para la vida de las lenguas un hecho tan natural como la conservación de modos de conducta que han sobrevivido a la significación que un día tuvieron. En [español] se nos hace saber de una vez por todas que un objeto es masculino o femenino, sea un ser viviente o una cosa inanimada; de manera semejante, en muchos idiomas indios de Estados Unidos o del Asia Oriental, es preciso hacer constar que el objeto pertenece a cierta categoría por sus características físicas (por ejemplo, circular como un anillo, esférico como una pelota, largo y delgado, cilindrico, parecido a una lámina, o en masa como el azúcar) antes de que se proceda a anunciarlo (se dice, por ejemplo: "dos categorías —de— pelota manzanas"; "tres categorías—de— lámina tapetes"). Es como si en un periodo del pasado inconsciente de la raza se hubiera hecho un precipitado inventario de laPage 222 experiencia, lanzándose a una clasificación prematura que luego no toleró revisión, y hubiera dejado a los herederos de su idioma embarcados en una ciencia a la cual ya no otorgan éstos el menor crédito y que, al mismo tiempo, no tienen fuerzas para destronar. El dogma rígidamente prescrito por la tradición se petrifica o se convierte en formalismo. Las categorías lingüísticas constituyen un sistema de dogma creado en otra época: dogma del inconsciente. Muchas veces sólo tiene una semi-realidad en cuanto conceptos; su vida tiende a arrastrarse lánguidamente, a convertirse en forma por la forma.4

De acuerdo con lo anterior es necesario observar que los hechos lingüísticos son más bien efectos y no causas. Ahora los géneros no corresponden más que a una especie de etiqueta lingüística, son un efecto y una supervivencia del pasado.

Ciertas definiciones del género que presentan algunos gramáticos tradicionales reflejan esta necesidad de diferenciar los nombres según sean referidos a la oposición marcada por el sexo. Nebrija, autor de la primera...

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