La dictadura de la propaganda

AutorHéctor Tajonar

Al final de su vida, Norberto Bobbio se lamentaba de que la racionalidad del elector fuera una de las aspiraciones no cumplidas de la democracia, incluso en países desarrollados. Joseph Schumpeter -otro de los grandes teóricos de la democracia de la primera mitad del siglo XX, Bobbio lo fue de la segunda- pensaba que el ciudadano común descendía a un nivel inferior de desempeño mental al momento de acceder al ámbito político, convirtiéndose en un ser infantil y primitivo. Churchill lo decía con gracia y sin ambages: "El mejor argumento contra la democracia es tener una conversación de cinco minutos con un elector promedio". Hoy basta ver los spots de las campañas o leer las redes sociales.

La inesperada victoria de Donald Trump confirmó la ignorancia de la mayoría de los electores que votaron por él, así como la eficacia de su propaganda populista, racista y misógina. En el libro Contra la democracia (2016), el politólogo Jason Brennan, de la Universidad de Georgetown, califica a ese tipo de electores como hooligans (vándalos) porque se comportan igual que esos rabiosos aficionados deportivos.

Los hooligans políticos son consumidores de información política, pero lo hacen de manera sesgada. Suelen buscar la información que confirma sus opiniones y prejuicios políticos, la que no se ajusta a ellos la ignoran o la rechazan. Dichas opiniones políticas llegan a formar parte de su identidad y constituyen una idiosincrasia inamovible, reacia a la crítica e impedida para la autocrítica. Tienden a despreciar e insultar a quienes piensan distinto a ellos. Tal conducta electoral es frecuente en muchas partes del mundo, sobre todo cuando existe un ambiente de polarización "ideológica", como ahora en México. No sé qué sea peor: la histeria antiobradorista o la devoción a San Andrés infalible y todopoderoso. Ambos extremos exudan desmesura, además de ser falsos. Igual que la propaganda.

Nuevo opio del pueblo, la dictadura de la propaganda ha surgido ante la agonía de las ideologías y conserva el ingrediente seductor del pensamiento mágico-religioso para ganar adeptos que busquen identidad, pertenecer a un grupo social y una cierta tranquilidad interior. Como la publicidad comercial, la propaganda política exagera las bondades de un producto -individuo o partido- a fin de crear en el receptor el deseo de adquirirlo o de apoyarlo. Al propagandista, como al publicista, no les interesa la veracidad de su información sino exclusivamente ganar consumidores o...

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