Diálogos en el tiempo

Sus pláticas eran fieles a su respectivo ser: directos, claros, crudos y, en ocasiones, rudos para verse entre sí. Reflejaban la amorosa amistad que los unía y las diferencias que los enlazaban aún más.

El espíritu de esas conversaciones, de la forma como observaban el uno al otro, inspiró textos que cada uno p su lado dejó como testimonios de su relación. Para abi este reporte especial, que dedicamos a don Julio en el primer aniversario de su muerte, ofrecemos a continuación una compilación de textos -escritos bajo circunstancias y en tiempos muy diversos- donde Julio Scherer García habla de Vicente Leñero y viceversa y, hablando del otro, ambos hablan de manera prístina de sí mismos.

El fundador de Proceso afirmaba ser agnóstico y no saber si existen el Cielo y el Infierno; su compañero, creyente convencido, mantuvo su fe en Dios. Los dejamos en un diálogo virtual en terreno neutro, podríamos decir, en el tiempo. (Rafael Rodríguez Castañeda)

Vicente Leñero

De cómo conocía Scherer

Miguel Ángel Granados fue a verme a la revista Claudia donde trabajaba yo desde 1965. El motivo de su visita era preguntarme si me gustaría ingresar en Ex-célsior como director de Reuista de Reuistas. El semanario tenía un largo historial en el periodismo mexicano, pero en los últimos tiempos se hallaba muy descuidado. Había el plan de renovarlo radicalmente. Si la propuesta me interesaba, debería hablar con Julio Scherer.

-En principio me interesa.

-Piénsalo bien antes -me advirtió Miguel Ángel-. Si hablas una vez con el director, ya no podrás decir no.

-Todo depende.

-No podrás decirle no -insistió Miguel Ángel.

Era cierto. Aunque yo necesitaba poco para aceptar, la cordialidad sofocante de Julio Scherer me acorraló desde un principio. Empezó convenciéndome de que Excélsior era el sitio ideal para mí, y cuando traté de averiguar en qué tipo de semanario quería convertir a Reuista de Reuistas respondió dándome absoluta libertad para decidir: lo que tú quieras, cómo tú quieras, lo importante es que te vengas con nosotros, ya, mañana mismo. -¿El sueldo? -Ah, de eso yo no sé nada, ni me digas...

(Publicado en el libro Los periodistas.)

Julio Scherer

De la amistad profunda

Años después del 8 de julio de 1976, con Los periodistas en las librerías, Vicente Leñero me contó de su ánimo en la asamblea (la asamblea de la cooperativa de Excélsior en la que Scherer fue virtualmente expulsado de la dirección). Pensaba que me había adelantado a los acontecimientos al ponerme de pie y anunciar el camino a la calle. Me dijo:

-Creo que te precipitaste. Tu nombre ya se coreaba en la asamblea. Debiste aguardar unos minutos.

Los sucesos que seguirían al golpe modificarían el punto de vista de Vicente. No podía olvidar su juicio:

-Frente a cualquier crítica adversa, sostendría que te habías mantenido en la línea correcta.

Vicente me llevó a la zona profunda de la amistad. Su crítica adversa, en momentos cruciales, habría terminado con lo poco que restaba de mí.

Permanecimos juntos un primer año, luego un segundo y en una larga etapa, veinte años. Vicente me decía que deseaba volver a su vocación en el teatro, los libros, la cultura, los talleres que impartía, su condición de profesor. Me obsequiaba parte de su tiempo esencial.

(Publicado en el libro Vivir.)

Vicente Leñero

El catolicismo

(Escenario: un bar del extinto Hotel del Prado en la Ciudad de México, varias botellas de vino tinto francés de por medio.)

Julián está muy contento con Revista de Revistas -me dijo de pronto Froylán López Narváez-. Te respeta mucho, por eso te llamó a Excélsior.Yo se lo sugerí.

-No me llamó por eso.

-Te respeta como escritor y como periodista -insistió Froylán.

-Para él eso cuenta menos -dije cuando ya empezaba a sentirme ebrio-. Le interesó porque soy católico, nada más por eso.

Yo seguí:

-Esa es la obsesión de Julio. Nada más hay que ver cómo ha llenado con católicos las páginas de Excélsior. Por eso me llamó a mí también.

-¿A qué no le dices eso en su cara? -me retó Froylán riendo.

-Claro que se lo digo.

-Vamos a ver a Julio y le invitamos unos tragos en el Amba -dijo Froylán mientras nos levantábamos.

-No va a querer -advertí.

Ya era noche completa cuando llegamos a Reforma 18. Riendo y con palabrotas que no asustaron a Elenita Guerra solicité entrar en la oficina del director general en ese mismo instante. Entramos.

Julio reía divertido:

-Qué gusto y qué envidia verte así-me dijo. Reía.

Froylán habló, sorprendentemente sobrio. Hizo la invitación y explicó el motivo: discutir la absurda hipótesis de mi ingreso en Excélsior.

-Reconócelo-dije a Julio-. Me llamaste a trabajar aquí porque soy católico.

-Qué barbaridad. No es cierto -exclamó Julio.

-Vamos a beber y lo discutimos -insistió Froylán.

Claro que lo discutimos -dijo Julio, pero en ese momento era imposible; le llevábamos, además, mucha ventaja, mucho camino andado, y si de emborracharse se trataba, cosa que le daba un gustazo, era justo empezar todos parejos en otra ocasión.

(Los periodistas.)

Julio Scherer

La agonía del padre

Una noche, llegado mi turno de guardia, advertí con la claridad de la certeza que mi padre arrastraba a mi madre a un fin prematuro e injusto. La llevaba consigo y los enterraríamos juntos, pensé. Sin oxígeno, cortado el paso del aire puro a un organismo exhausto, mi padre debería expirar en ese momento. Me puse de pie, dispuesto a desprender de su enchufe el delgado tubo que aborrecía como a un ser vivo. Unos segundos y ya, me dije. Descansaremos todos. Temblorosas las piernas, vencido, volví a la silla sin brazos y de respaldo recto, deliberadamente incómoda para mantener el sueño a distancia. Frente a un anciano que moría, solos él y yo, le recriminaba la fuerza de su corazón.

Tiempo después hice partícipes...

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