Un año después

AutorGabriel García Márquez

Esta es apenas una más de las muchas historias terribles que durante estos últimos 12 meses han circulado como rumores en la Argentina, que no han sido publicados en la prensa porque la censura militar lo ha impedido, y que andan por el mundo entero en cartas privadas recibidas por los exiliados. Hace algún tiempo conocí en México una de esas cartas, y no había tenido corazón para reproducir algunas de sus informaciones terroríficas. Sin embargo, revistas inglesas y estadunidenses celebraron este 2 de abril el primer aniversario de la aplastante victoria británica; y me parece injusto que en la misma ocasión no se oiga una voz indignada de la América Latina que muestre algunos de los aspectos inhumanos e irritantes del otro lado de la medalla: la derrota argentina. La historia del joven inválido que se suicidó ante la idea de ser repudiado por su madre, es apenas un episodio del drama oculto de aquella guerra absurda.

Ahora se sabe que numerosos reclutas de 19 años que fueron enviados contra su voluntad y sin entrenamiento a enfrentarse con los profesionales ingleses en las Malvinas, llevaban zapatos de tenis y muy escasa protección contra el frío que en algunos momentos era de 30 grados bajo cero. A muchos tuvieron que arrancarles la piel gangrenadajunto con los zapatos, y 92 tuvieron que ser castrados por congelamiento de los testículos, después de que fueron obligados a permanecer sentados en las trincheras. Sólo en el sitio de Santa Lucía, 500 muchachos se quedaron ciegos por falta de anteojos protectores contra el deslumbramiento de la nieve.

Con motivo de la visita del Papa a Argentina, los ingleses devolvieron mil prisioneros. Cincuenta de ellos tuvieron que ser operados de las desgarraduras anales que les causaron las violaciones de los ingleses que los capturaron en la localidad de Darwin. La totalidad debió ser internada en hospitales especiales de rehabilitación, para que sus padres no se enteraran del estado en que llegaron: su peso promedio era de 40 a 50 kilos, muchos padecían de anemia, otros tenían brazos y piernas cuyo único remedio era la amputación, y un grupo se quedó internado con trastornos psíquicos graves.

"Los chicos eran drogados por los oficiales antes de mandarlos al combate", dice una de las cartas de un testigo. "Los drogaban primero a través del chocolate y luego con inyecciones, para que no sintieran hambre y se mantuvieran lo más despiertos posible. Con todo, el frío a que fueron sometidos era tan intenso...

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