Democracia sin demócratas

AutorHéctor Tajonar

Sigue siendo cierta la frase de Chur-chill, "la democracia es el peor sistema de gobierno inventado por el hombre a excepción de todos los demás". En efecto, la democracia representativa liberal es el único sistema de gobierno capaz de conciliar la búsqueda del bien común con la defensa de las libertades individuales. Al mismo tiempo, existe el peligro de que la democracia se convierta en una "superstición basada en la estadística", como lo espetó Borges; o bien que la democracia degenere en demagogia, como lo advirtió Aristóteles. En tiempos recientes hemos sido testigos de cómo algunas supuestas democracias se han transformado en autocracias (Venezuela, Nicaragua, Perú, Rusia, etcétera). ¿Y México?

Con o sin comillas, la democracia mexicana siempre ha vivido en la paradoja de la aspiración incumplida, la simulación o la regresión autoritaria. Así ha ocurrido desde la democracia descrita en el artículo tercero de la Constitución, seguida por la democracia de fachada, vigente durante las siete décadas del partido hegemónico; hasta el actual régimen con instituciones democráticas jurídicamente sólidas, pero sujetas a los constantes embates regresivos de partidos y candidatos, funcionarios públicos y grupos de presión.

Somos una democracia sin demócratas. Nuestro sistema de gobierno está sustentado en una estructura jurídica e institucional robusta, pero carece de una cultura democrática arraigada en los actores políticos y en la sociedad. Las leyes, instituciones y presupuestos que soportan el andamiaje de la democracia mexicana podrían compararse en tamaño y firmeza al Coloso de Rodas, pero con pies de barro. La falta de un soporte normativo enraizado en la idiosincrasia de la clase política y de la mayoría de los ciudadanos explica la baja calidad y fragilidad de la democracia nacional.

A partir de la efímera transición democrática, hasta el oscuro presente, existe amplia evidencia del desdén por los valores fundamentales de la democracia, sin los cuales dicho sistema de gobierno se convierte en una entelequia o en una máscara. Es deplorable que los candidatos de las tres coaliciones en contienda y los "independientes" hayan confirmado de manera fehaciente su falta de compromiso con los principios democráticos. La tolerancia, la honestidad y el imperio de la ley son conceptos que sólo sirven para adornar la vacuidad de sus discursos. En la vorágine de la ambición de poder, la trampa se vuelve norma, la simulación se convierte en estrategia...

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