El deber cumplido

AutorJulio Scherer Ibarra

Esta tarde me presento ante ustedes de la manera más espontánea y libre. No me preocupó la preparación de un discurso ni fui en busca de frases efectistas y sonoras. Tampoco se me ocurrió que me dirigiría a un auditorio solemne y mucho menos imaginé que podría verme a mí mismo con la rigidez o la reserva de un orador minucioso. Sólo pensé en una familia que se reúne para charlar con amigos y conocidos que recuerdan a un padre, a un amigo, a un maestro, a un compañero, a un periodista, a un escritor, para traerlo, de este modo, a la vida.

Siento de tal manera humana e íntima esta reunión que no me atrevería a hablarles de proyectos, palabra que aquí tendría un significado fallido. Voy a hablarles simplemente de algunas ideas, de sentimientos que acaricio como a viejos y leales amores.

Tengo el impulso de hablar y, a la vez, de guardar silencio. Opto por recordar a mi padre y recordarme en él. Es hasta ahora que entiendo la profundidad del vacío que su ausencia física me dejó, mi propio sentimiento de frustración por haberlo dejado ir hasta donde se haya ido, por no haberme cruzado en ese viaje con la misma pasión que él me inspiró siempre, por no haber permitido que su vida, tan esencialmente parte de la mía, tomara un camino marcado sólo para él y acaso ni siquiera por él, sino por la vida misma, por el destino.

Querría ser más, buscar más, mirar más. No despertar del sueño al que me entrego por las noches, ilusión que tiene el rostro dulce y amado de mi padre, el rostro suyo que no está más en mis sentidos como solía estar pero que me une ahora al lugar donde él ha empezado a vivir, tan lejos de lo que fue como de mí mismo, en el territorio de la soledad y la distancia.

Este año aciago renuncié poco a poco a su entrañable persona. Me despedí de su inteligencia, de su vitalidad, de su compañía, de su ternura. Finalmente, me despedí de su cuerpo. Mi padre emprendió el viaje sin retorno. Me quedó lo esencial: su amor, su recuerdo, su ejemplo... En última instancia, lo mejor que tengo hoy es el amor que le sigo profesando cada instante de mi vida.

Guadalajara tiene un significado muy especial para la familia Scherer Ibarra. Mi mamá, Susana, se decía jalisciense y, aunque no lo era, en verdad lo parecía. Ella fue una hermosísima mujer de ojos verdes ta-patíos. Afirmaba que había sido concebida aquí y que tal suceso le daba el derecho de llamar a ésta su tierra.

Mi madre, a quien no puedo dejar de mencionar esta tarde, joven aún, fue víctima del...

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