Daniel Sada en su gran momento

AutorFederico Campbell

En su sintaxis personal, en su concepción de la novela, en su arte poética, a Daniel Sada no le importaba mucho lo que estuviera sucediendo en la trama; no era muy fijado en la construcción anecdótica (preocupación primera entre los guionistas cinematográficos) ni en los personajes ni en las situaciones. Su interés se concentraba en la capacidad del autor para proyectar un mundo o, lo que a él le gusta decir, un paisaje interior.

Tal vez en ese arte poético narrativo reside el legado literario y la originalidad inimitable del escritor que dejó en prensa su última novela: El lenguaje del juego, que pronto pondrá en circulación la editorial Anagrama de Barcelona. También, en la casa editora de Jordi Herralde, Daniel Sada conoció el momento culminante de su trayectoria: el Premio Herralde de Novela en 2008 por Casi nunca, recientemente traducida en Estados Unidos como Almost Never por Catherine Silver. Luego, bajo el mismo sello, ofreció a sus fieles lectores A la vista y Ese modo que colma.

Su caso supone una referencia obligada a nuestro amplio condado literario del Noroeste y del Norte sentimental. No se refería directamente a la violencia porque -como los camellos en la narrativa árabe-la crueldad sangrienta allí estaba y porque Sada estaba consciente, por razones de oficio, de que en nuestros días el narcotráfico no es el texto: el narco es el contexto, el tarro que contiene la cerveza, la taza blanca que acoge al café negro, el cuerno de la abundancia mexicana que cobija el saqueo de este país de todos los demonios.

Tal vez quien mejor acertó a definir su personalísimo estilo y su aportación más importante al catálogo de la novela mexicana fue Roberto Bolaño:

"Sada, sin duda, está escribiendo una de las obras más ambiciosas de nuestro español, parangonable únicamente con la obra del cubano Lezama Lima, aunque el barroco de Lezama, como sabemos, tiene la escenografía del trópico, que se presta bien a un ejercicio barroco, y el barroco de Sada sucede en el desierto."

Traía en la sangre su vocación de escritor pero de nada le habría servido si no hubiera entendido la dificultad de la concentración continua en el trabajo diario, de por lo menos cinco horas, inventando sus sueños. No leía periódicos ni revistas, creía que la concentración en la escritura era lo más parecido a la felicidad. No cubría el perfil típico de nuestro tiempo mexicano. No seguía el modelo Carlos Fuentes de carrera literaria. Nunca le pareció elegante la au-topromoción...

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