Dama de hierro o de latón

AutorDenise Dresser

Basta con ver que al PRI le importó más apaciguar a la vieja guardia que mantener contenta a La Maestra. Al PRI le preocupó más la unidad interna que el apoyo externo. Al PRI le interesó más la opinión de Manlio Fabio Beltrones y Francisco Labastida que la ambición del yerno y la hija de Elba Esther. Y eso dice mucho, revela mucho. Por un lado, Enrique Peña Nieto siente que necesita más el apoyo de su partido que los votos del Panal. Y por otro, prefiere apoyarse en los dinosaurios de casa que en los que rondan -y no siempre de forma leal- por fuera de ella. Peña Nieto está dispuesto a sacrificar dos o tres puntos electorales si de asegurar la anuencia del priismo plutocrático se trata. Peña Nieto está dispuesto a negarle 24 diputaciones y cuatro senadurías al Panal exigente para apaciguar al priismo beligerante. Pesó más el priismo descontento en Sinaloa, Puebla, Tabasco y Nayarit que el magisterio demandante de La Maestra.

Esa claudicación demuestra que también Enrique Peña Nieto es menos poderoso que como lo pintan. Tiene menos influencia sobre las corrientes del PRI de lo que presume. Los murats, los labasti-distas y las televisoras pudieron presionarlo, acorralarlo, hacerlo cambiar de parecer. Y lo lograron porque desde la salida de Humberto Moreira, Peña Nieto perdió lustre, perdió conducción, perdió poder de negociación. Desde los dislates de la Feria Internacional del Libro en Guadalajara perdió la imagen de intocable que había logrado construir. Desde los tropezones constantes con su propia lengua perdió el envoltorio de "teflón" que lo protegía. Su distanciamiento de Elba Esther Gordillo quizá manda una señal de fuerza hacia afuera, pero exhibe un grado de debilidad importante hacia adentro, en el propio PRI. El equipo mexi-quense pierde frente a las otras fracciones priistas.

Y en cuanto a Elba Esther, la deja a la intemperie. Víctima de un golpe inesperado. Objeto de un desaire imprevisto. Obligada -de manera intempestiva- a buscar un Plan B. A tratar de mantener el registro y posiciones dentro de la Cámara de Diputados. A ver a qué otro candidato presidencial elige o le vende su amor. Lo cual resultará difícil ante una Josefina Vázquez Mota que la odia, ante un Andrés Manuel López Obrador que la desprecia, ante un Ernesto Cordero que difícilmente será el candidato de su propio partido. La Maestra acaba mancillada. Aislada. Abandonada. Incapaz de influir de manera contundente en el proceso electoral como lo hiciera en 2006...

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