Entre cuerpos mutilados, ensangrentados...

AutorIsrael Fuguemann

Son las 15:40 horas del jueves 31 de enero. En el edificio B-2 del Complejo Administrativo de Pemex, como de costumbre Conchita atiende el mostrador donde se reciben los contratos de los trabajadores; Enrique Marín está absorto ante su computadora mientras Irving Ornar tiene tomada de la mano a su pequeña hija Dafne Sherlyn, quien espera la entrega de la credencial del servicio médico.

En la oficina de Recursos Humanos, en la planta baja del edificio B-2, por lo menos un centenar de empleados labora con normalidad. Debajo de ellos, en el sótano, donde se halla una parte del archivo, don Gus se prepara pues nada más le faltan 20 minutos para checar tarjeta. Frente a su pequeña oficina está la "cuadrilla de pulidores", donde los trabajadores se cambian de ropa.

De pronto el estruendo de una explosión dispara el caos, el pánico, la confusión y la mirada absorta de toda una nación. Se han colapsado los primeros tres niveles del edificio B-2 en el centro neurálgico de la empresa más importante del país. Cientos de trabajadores huyen descontrolados mientras muchos otros auxilian a sus compañeros atrapados entre los escombros.

Poco a poco los heridos salen de la zona. Algunos pueden hacerlo sin ayuda, como Ana Karen, una joven ingeniera química que en el momento de la explosión estaba formada afuera de uno de los bancos aledaños al complejo, esperando para hacer un pago. Los menos afortunados lo hacen en brazos de quienes acudieron en su auxilio: son cuerpos ensangrentados, algunos de ellos mutilados, que emergen de entre una nube inmensa de polvo y humo. Son muchos los heridos, y las manos que en ese momento ayudan parecen insuficientes.

Entre el desastre la gente corre sin saber a ciencia cierta qué pasó. Las llamadas de los celulares se agolpan y provocan que la red sea para muchos inservible. Madres que intentan encontrar a sus hijos; hijos en busca de sus padres. Más de 100 de ellos no volverán a sus casas esa noche porque están hospitalizados; 37 nunca más regresarán.

Alan corre de puerta en puerta con su pesada mochila a la espalda; su uniforme lo identifica como estudiante de secundaria. Sus dos grandes preocupaciones son su pequeña hermana -que se encuentra en el Cendi, dentro del complejo- y su madre, Carolina, quien trabajaba exactamente en el lugar de la explosión. Cuatro días después su mamá se convertirá en la víctima número 37 y él llorará inconsolable frente a su ataúd.

Las instalaciones de Pemex son acordonadas. Llegan...

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