Cuba: entre el mercado mundial y la utopía. (Notas para un debate socialista)

AutorHaroldo Dilla Alfonso
CargoPolitólogo e investigador titular del Centro de Estudios sobre América, Cuba
Páginas265-282

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El 26 de julio de 1993, el presidente Fidel Castro advirtió a la sociedad cubana de la imposibilidad inmediata de continuar desarrollando el sistema socialista en el país. En su lugar, afirmó, la sociedad debe esforzarse por conservar "las conquistas del socialismo", y reafirmar su derecho a continuar construyéndolo en el futuro.1 Tal sentencia pronunciada por Fidel Castro —conocido como uno de los más intransigentes revolucionarios de nuestro siglo— resulta desacostumbrada pero no absurda. En realidad, el dirigente cubano no sólo estaba reconociendo que la sociedad cubana sufre hoy una crisis económica de gran magnitud, sino sobre todo la tragedia del impacto desocializador2 de las me-Page 266didas adoptadas —inversiones extranjeras, privatización, desregulación económica— para garantizar la sobrevivencia nacional.

La propuesta del presidente cubano rebasa con mucho el interés parroquial. En realidad se trata de una problemática más profunda y universal que atañe a la viabilidad de proyectos estatales anticapitalistas —es decir reevaluadores de la justicia social, la democracia participativa y la independencia nacional— en el mundo contemporáneo. O en otras palabras, ¿cuáles son los límites para la consecución de estas metas solidarias que han estado en el centro de los proyectos más relevantes de cambio social en la historia de la humanidad?.

La sociedad cubana ha asumido la gravedad del momento. En consonancia con ello, existe un consenso mayoritario a nivel nacional de que tal situación sólo podrá ser resuelta mediante acciones muy audaces dirigidas a insertar la economía cubana en el sistema mundial, que tal inserción implica inevitablemente una variación cardinal de las reglas de juego que orientaron la producción, la distribución y el consumo en la sociedad cubana por cerca de tres décadas y que todo ello tendrá un precio en términos sociales, políticos y culturales. Sin embargo, tal consenso dista de existir si de lo que se trata es de discutir qué tipo de acciones deben emprenderse y cuál es el peso de (y la forma en que deben conjugarse) lo económico y lo político en el paquete de medidas a adoptar.

Un punto de vista muy extendido —y predominante en la esfera oficial— enfatiza el carácter económico de la crisis actual. En consecuencia, lo económico adquiere un espacio privilegiado y el acceso a tecnologías, mercados y financiamientos adquiere una centralidad casi excluyente al menos en el mediano plazo. Aquí el campo de lo político queda reducido a una función básicamente adaptativa respecto a la emergencia de nuevas reglas de juego en cuanto a la organización e interacción de los sujetos en la economía. Siguiendo esta perspectiva, Cuba requeriría de adaptaciones políticas modernizantes y liberalizantes, regularmente remitidas a la desconcentración de la autoridad, una definición más nítida de los perfiles y roles institucionales, una mayor autonomía de los aparatos económicos y la apertura de espacios localizados de negociación con grupos económicos y sectores sociales. Se trataría de una versión unilateral y edulcorada del modelo chino, que acepta sus altos índices de crecimiento económico en combinación con una retórica vanguardista legitimadora de una alta concentración del poder político, y omite el florecimiento de la corrupción, la alienación y la despolitización de los sectores populares, entre otros factores que han conducido a consecuencias trágicas mundialmente conocidas.

Huelga apuntar que una formalización del sistema político entendida en tales términos, combinada con una lógica económica subordinada al mercado mundial, bordea permanentemente el abismo de las tantas "aperturas democráticas" que en realidad han servido de cobertura aPage 267 restauraciones capitalistas y al bloqueo de alternativas populares de cambio. Por esta vía, para decirlo más claramente, la sociedad cubana podría llegar a estándares aceptables de eficiencia económica, pero difícilmente sería eficaz en relación con las metas socialistas de autogestión y autorrealización humanas.

Desde la perspectiva que compartiré en el curso de este artículo, y cuyo compromiso medular estriba en la necesidad de salvar y desarrollar al proyecto socialista y patriótico cubano, /opo/íf/cotiene un rol protagónico y autónomo respecto a las acciones y estrategias económicas.

No se trata de un disenso adjetivo. Ante todo porque cualquier proyecto de desarrollo tiene un costo, y su viabilidad depende en buena medida de la fundamentación de un consenso nacional acerca de la deseabilidad de los objetivos propuestos y de los medios pertinentes para ser alcanzados, a través de acciones públicas relativas a la aceptación (o transformación) de valores, normas, creencias, y la creación de un escenario potenciador de la identificación del ciudadano común con las metas trazadas. Todo proyecto socialista, y particularmente el cubano, es un proyecto de alta densidad político-ideológica. Si algo permite explicar que tras muchos meses de aguda escasez de todo género no haya surgido un movimiento de oposición antisistema coherente, ello está dado por la propia fuerza política, ideológica y ética del hecho revolucionario.3

De esta manera, la sociedad cubana contemporánea enfrenta un reto multidimensional que atañe a cómo lograr una reactivación económica a través de vinculaciones externas extrañas a su formación económico-social y, al mismo tiempo, consolidar los fundamentos de esta formación. Se trataría de reexaminar las bases mismas del consenso político nacional y su reformulación en función de la reproducción del proyecto socialista. Todo lo cual es de tan imposible consecución en un escenario liberal, como inseparable de una convocatoria democrática, participativa y pluralista.

Por supuesto, existen numerosos argumentos en contra de la viabilidad de un ensayo democratizador y participativo en la Cuba contemporánea. En esta línea, por ejemplo, se inscribe la idea muy extendida de que nunca los momentos críticos han sido escenarios adecuados para ensayos democráticos de envergadura. Y ciertamente la historia mundial reciente indica que las experiencias nacionales que con más éxito han enfrentado el "desafío exportador", no importaPage 268 cuáles hayan sido sus signos ideológicos, han transitado por la extensión de prácticas autoritarias, una suerte de precio político que desde el punto de vista tecnocrático pudiera ser considerado irrelevante frente a los resultados económicos positivos. Ello, valga destacarlo, tiende a potenciar los ánimos de algunos sectores de la clase política y la burocracia que presienten en el vocablo democracia un cierto tono subversivo y que de hecho se ubican a la derecha no ya de Carlos Marx, sino de John Stuart Mili.

Pero incluso tomando nota de tales precedentes y de las tensiones reales que enfrenta un proyecto de reconstrucción nacional de la magnitud que enfrenta el cubano, la construcción de una democracia participativa y pluralista aparece como una condición para la resistencia patriótica y para la articulación del consenso en torno a un camino que aparece lleno de obstáculos y sacrificios. La historia no concede plazos sólo a cambio de promesas. Probablemente el mensaje más evidente que nos ha legado el derrumbe del socialismo burocrático este-europeo ha sido la necesidad de reinterpretar la relación democracia-gobernabilidad en un contexto socialista, donde sólo la ampliación democrática, la aceleración de su ritmo de construcción es capaz de asegurar la estabilidad y gobemabilidad del sistema. En momentos en que la ampliación de la participación aparece como impertinente para la reproducción capitalista (y muy dramáticamente en el sur subdesarrollado) y el propio vocablo democracia liberal muestra su contradicción interna, el dilema opuesto en un proyecto socialista apunta a su superioridad como matriz de una democracia genuinamente participativa. Y en consecuencia, las capacidades del socialismo cubano para garantizar su gobemabilidad y continuidad se sitúan en relación directa con la magnitud de su construcción democrática. Sería, empleando el marco conceptual construido por Therborn, la evitación de un agrietamiento de la relación cualificación-sometimiento, cuya estabilidad resulta vital para la reproducción de cualquier agregado social, y cuyo desfase produce "la oposición y la revuelta, o el bajo rendimiento y la renuncia".4

Por supuesto, habría que reconocer que cualquier propuesta democrática en Cuba no puede prescindir de la tragedia geopolítica que entraña la obsesiva hostilidad norteamericana respecto a la Revolución Cubana. La política de Estados Unidos hacia la isla ha estado orientada durante décadas por el anhelo de la ultraderecha del exilio y del neoconservadurismo norteamericano por producir una suerte de marcha versallesca sobre la comuna de París que pondría en peligro la existencia de la nación y haría retroceder a la historia, sobre todo si tenemos en cuenta que se trata de defender la independencia nacional frente a la única superpotencia "realmente existente". Ninguna formulación política en Cuba sería realmente democrática si no lleva implícitaPage 269 la materialización del derecho exclusivo de los cubanos a decidir su propio destino sin imposiciones externas.

Antes de revisar con más detenimiento aquellos aspectos que considero modulares de la situación crítica actual, conviene recordar brevemente una historia que tiene implicaciones presentes mayores de lo que pudiera suponerse.

El proyecto revolucionario cubano ha gozado desde sus inicios de un fuerte consenso popular íntimamente vinculado a su autoctonía. Durante la década del 60 el consenso político estuvo apoyado en la capacidad del proyecto revolucionario para rescatar un conjunto de valores orgánicos a la cultura política popular (la eticidad como rectora de la acción política, el nacionalismo antiimperialista, el igualitarismo, etc.)...

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