Crónicas desde mi cama / Sin piñatas no hay posada

¡Caramba! A veces parece que la vida pasa como si la fueran correteando. Aún siento frescos los brindis y los abrazos del año pasado y resulta que hoy comienzan las posadas de éste, así que para celebrarlas, voy a compartir la historia que sobre estas fechas me envió una chica a mi correo.

Querida Fernanda: Me llamo Angélica, tengo 22 años y soy de Guadalajara. Vivo en un depa que me rentan mis papás acá en el Distrito Federal mientras estudio mi carrera. Quiero contarte que me encanta esta época, pero no sólo por las compras, los buenos deseos, los reencuentros, las reuniones y las pachangas, sino además, porque diciembre surte en mí un efecto muy especial: En cuanto comienzan las posadas yo simplemente me pongo más cachonda de lo acostumbrado. No sé si se deba al frío, a los villancicos, al ponche con cañita y tejocote o las lucecitas de Bengala, el caso es que nomás veo venir las piñatas y me entran unas ganas de hacer travesuras que no se me quitan hasta que encuentro con quién hacerlas.

Hace un año me tocó llegar a diciembre sin un novio que me calentara los tobillos en la madrugada. Siempre he sido buena con mis dedos, pero aunque eso ayuda mucho a calmar los nervios, en esta época del año siempre me ha gustado tener alguien de quien abrazarme para dormir cuando llega el frío.

El caso es que estaba medio aburrida en mi depa, cuando una vecina tocó mi puerta para invitarme a bajar a la posada del edificio. A principio de mes había dado mi coperacha para la pachanga y el aguinaldo del velador, aunque no me habría acordado a no ser por la acomedida vecina que se dio a la tarea de tocar de puerta en puerta convocando peregrinos. Yo ni ganas tenía de fiesta, pero como me agarró sin nada mejor que hacer, me puse una chamarra y bajé a que me dieran mi ponche y mi velita.

En el edificio había un chavo apenas unos meses más grande que yo. Vivía con sus papás y, aunque era muy serio, no podía evitar quedárseme viendo con unos ojitos de calentura que apenas podía disimular volteándose apresuradamente cuando lo descubría tratando de encuerarme con la mirada.

No es que de entrada el chavo me gustara como para ofrecérmele así nomás, pero esa cosquillita mía de diciembre hizo que me pusiera bien ganosa y como vi que si yo no hacía algo, él no se atrevería más que a mirarme las nalgas toda la noche, tomé la iniciativa. Íbamos a comenzar a cantar las letanías cuando me le acerqué y le pedí que me ayudara a encender mi velita. Le di una...

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