Crónicas desde mi Cama / Echar una firma

Hace tiempo me pasó algo chistoso. Estaba con un cliente cuando, de pronto, sonó mi teléfono. Cuando estoy en una cita procuro tenerlo apagado, pero esa vez lo olvidé. El cliente, un chavo muy tolerante, no se molestó y me pidió que contestara. Me sorprendí mucho cuando quien llamó me preguntó cuánto cobraba por verlo, pero no para tener sexo, sino simple y sencillamente para darle un autógrafo. Dijo que le gustaba leer esta columna.

La neta me saqué de onda.

No estoy acostumbrada a que me pidan firmas más que en pagarés. Me sentí halagada, pero lo que el chavo solicitaba era imposible, pues por un autógrafo no se cobra, pero tampoco me puedo desplazar a un lugar sólo para darlo, así que tuve que disculparme con el chico y declinar su propuesta. Lo más sorprendente sucedió cuando le conté al cliente con el que estaba lo que el chico del teléfono había pedido, pues me confesó riendo qué él también llevaba un ejemplar del Metro para que se lo firmara. Le di un beso y de inmediato le puse en aquel periódico una sincera dedicatoria.

Nunca imaginé que un día a alguien le interesaría tener un autógrafo mío. Afortunadamente, para evitar que me reconozcan en la calle (por lo colorado de mis aventuras), he tenido la prudencia de mantener oculto mi rostro en las fotos del periódico, así que sólo quienes me llaman y contratan saben a ciencia cierta quién soy. A eso debo que, fuera de mis citas de trabajo, casi no me reconozcan en la calle. Sin embargo, ya me ha pasado que, cuando menos lo espero, alguien que ya ha visto mi rostro en Internet, me identifique. Ahí sí me dejan helada, no sé ni qué hacer, no sé si halagarme o salir por piernas. Me da vergüenza. Ser quién soy y como soy, no me ruboriza ni tantito, pero fuera de una habitación de hotel, me mata de pena que la gente sepa que soy escort. Sencillamente no sé cómo manejarlo.

La primera vez que me pasó fue conduciendo. Circulaba con una amiga por avenida Insurgentes cuando, en un semáforo, se me emparejó otro coche en el que iban tres chavos. Uno de ellos comenzó a señalarme y enseñó a sus cuates un periódico que llevaba. Vieron la foto publicada y me clavaron la mirada. Al fin uno de los chicos me preguntó a gritos si yo era Fernanda. Me puse...

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