La crónica del mito

En 1988 apareció bajo el sello de Grijalbo, comandado por Rogelio Carbajal, el libro de crónicas de Carlos Monsiváis, Escenas de pudor y liviandad. La joya fue el texto dedicado a Juan Gabriel. Desde entonces se han vendido en las distintas ediciones alrededor de 50 mil ejemplares. Penguin Random-House lo re-publicará en edición especial en 2017, con un prólogo del periodista de Proceso Jenaro Villamil. Para su editor Ariel Rosales, la crónica-ensayo del libro "más emblemático" del autor "fue clave pues motivó el mito de Juan Gabriel más allá de lo popular, en un momento de rechazo de los intelectuales y de profundos prejuicios". A continuación, unos fragmentos.

I

En su camerino Juan Gabriel se recobra de la fatiga y disfruta el pasmo circundante, las conversaciones interrumpidas, la atención agudizada. Hoy concluyó su temporada 1986 en El Patio, y ha llegado a felicitarlo María Félix, la Gran Estrella de la época en que las hacían una por una, y María saluda con efusividad al cantante, le extiende ambas mejillas para el beso que se vuelve roce furtivo, se desentiende disciplinadamente del efecto de su presencia y nos informa:

-Este muchacho es un genio. Lo digo y lo repito en todas partes. Y conmigo sólo ha tenido atenciones. Me canta desde que tiene 19 años. Me compuso una canción lindísima, donde me trata como a reina de los cielos. ¡Imagínate!

El aludido, exaltado por el halago del Más Allá, conversa casi en secreto con la Doña y con la cantante Lucha Villa. En el cabaret antaño indispensable, Juan Gabriel, de martes a sábado y durante dos meses, ha establecido un récord, ni un lugar vacío, y con frecuencia el desbordamiento hoy presenciado: gente en las escaleras, riñas por entrar, un cover char-ge de 25 mil pesos, el lugar utilizado centímetro por centímetro.

-No tiene límites Juan Gabriel conmigo, repite la Doña. Las actrices en el camerino hablan en susurros. Cada una por sí sola provocaría pequeños motines, pero aquí juntas reconocen a las potestades superiores... Ana Martín, Sonia Infante, María Sorté, Silvia Manríquez, son nombres que hablan de telenovelas que organizan la vida familiar, de películas bendecidas con largas colas, de fotos ubicuas en la prensa vespertina. Pero la Félix es desde hace mucho lo que ellas todavía no: una institución de tal modo fijada en la memoria colectiva, que ya no depende de caprichos del reparto, de oscilaciones del gusto, de críticas objetivas o subjetivas sobre el valor de una actuación.

Juan...

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