Crimen en alta mar

AutorIan Urbina

A unas 100 millas de la costa de Tailandia, tres docenas de niños y hombres camboyanos trabajaban descalzos todo el día, hasta entrada la noche, en la cubierta de un cerquero. Olas de cuatro metros trepaban por los costados del barco, y golpeaban a la tripulación por debajo de las rodillas. El rocío del océano y las vísceras del pescado volvían el suelo resbaladizo.

La cubierta, que se balanceaba errática por el fuerte oleaje y los vientos huracanados, era una carrera de obstáculos de aparejos dentados, cabrestantes giratorios y grandes pilas de redes de más de 200 kilos. Lloviera o hiciera sol, los turnos duraban entre 18 y 20 horas. Por la noche, la tripulación echaba las redes cuando los pequeños peces plateados que buscaban -sobre todo jureles y arenques- eran más reflectantes y fáciles de divisar en aguas oscuras.

Se trata de un lugar atroz que he explorado en los últimos años. Los barcos de pesca del mar del Sur de China, sobre todo los de la flota tailandesa, son conocidos desde hace años por hacer uso de los llamados esclavos del mar, en su mayoría emigrantes obligados a navegar por deudas o por coacción.

Dos tercios del planeta están cubiertos por agua y gran parte de ese espacio está sin gobernar. Los delitos contra los derechos humanos, contra el trabajo y contra el medio ambiente se producen a menudo y con impunidad porque los océanos son inmensos y las leyes que existen son difíciles de aplicar.

Sin embargo, el factor más importante es que el público global desconoce desafortunadamente lo que ocurre en alta mar. Los reportajes sobre y desde este ámbito son escasos. Así, los habitantes de tierra firme tienen poca idea de cuánto dependen del mar, o de los más de 50 millones de personas que trabajan allí.

El trabajo forzado en los barcos de pesca no es el único problema para los derechos humanos. Cada año mueren cientos de polizones y migrantes en el mar. Una industria multimillonaria de seguridad privada opera allí, y cuando estas fuerzas mercenarias matan, los gobiernos rara vez responden porque ningún país tiene jurisdicción en aguas internacionales. Al menos un barco se hunde cada tres días en algún lugar del mundo, y esto en parte explica por qué la pesca se clasifica de manera recurrente entre las profesiones más mortíferas.

Y luego está la crisis medioambiental. Los vertidos de petróleo no son la peor parte. Cada tres años, los barcos vierten intencionadamente en los océanos más petróleo y lodo que los vertidos de Exxon...

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