"Sueño que corro..."

AutorBeatriz Pereyra

Amalia Pérez apenas mide 1.40 metros, pero puede cargar 135 kilos, más de dos veces su peso. Dice que eso de ser muy fuerte seguramente lo desarrolló desde que tenía unos siete años, cuando empezó a usar un pesado aparato ortopédico de metal que se fijaba a su cintura y le sostenía las piernas hasta llegar a los pies.

Desde hace casi dos décadas Amalia cambió esos fierros -"de Robocop", dice-por las barras y los discos de powerlifting, disciplina en la que durante los Juegos Pa-rapanamericanos de Guadalajara 2011 ganó medalla de oro e impuso nuevo récord regional en la categoría de 44 a 60 kilos.

La vida de esta pesista mexicana tomó rumbo desde que nació tras sólo seis meses de gestación. Su madre dio a luz obligada por una caída. Los huesos y músculos de las piernas del bebé estaban muy débiles, parecían gelatinas. Los médicos de la clínica 27 del IMSS no atinaban a dar un diagnóstico preciso, y la mamá de la niña escuchó palabras extrañas como artrogri-posis congénita y distrofia muscular.

La señora dejó el hospital sin tener un dictamen definitivo y con la advertencia de que su hija pasaría el resto de sus días postrada en una cama, inmóvil, con apenas fuerza para voltearse hacia sus costados.

Durante sus primeros cinco años, Amalia vivió casi de tiempo completo en el hospital, sometida a tormentosas cirugías que la dejaban enyesada durante meses. Pensar en que siquiera pudiera gatear era una ilusión. A pesar de sus limitaciones, fue una niña traviesa y juguetona que siempre encontraba la forma de divertirse.

"Como no movía la parte de abajo me desplazaba como podía y cargaba todo mi peso con los brazos. Creo que de ahí también me viene la fuerza. En casa éramos 13 hermanos y teníamos literas por las que yo me descolgaba con los brazos, bajaba como caracol. Me sentía Batman o Supermán y me aventaba desde arriba. Mis hermanos eran tremendos y yo muy maldosa. A veces, estando enyesada, me subía a la litera y cuando pasaban mis hermanos les dejaba caer las piernas para golpearlos. Así me movía. Me las ingeniaba para hacer mis maldades", relata.

Cuando cumplió seis años, a Amalia la inscribieron en la escuela de rehabilitación del DIF donde, a la par de sus actividades académicas, tomaba clases de natación para darle movilidad a sus piernas. Poco tiempo después comenzó a utilizar los odiados pero útiles soportes metálicos y también unos bastones ortopédicos. Antes de cumplir ocho años la pequeña echó abajo el diagnóstico médico.

"Después de...

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