Contingencia, forma y justicia. Notas sobre un problema del pensamiento político contemporáneo

AutorEmmanuel Biset
Páginas185-216

Emmanuel Biset. Es licenciado en Ciencia Política y en Filosofía; doctor en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) y la Université Paris 8 (Francia). Correo electrónico: .

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La asociación última de muchos municipios es la ciudad. Es la comunidad que ha llegado al extremo de bastarse en todo virtualmente a sí misma, y que si ha nacido de la necesidad de vivir, subsiste porque puede proveer a una vida cumplida (tò eu zen).

ARISTÓTELES, POLÍTICA, I, I.

Introducción

Este artículo tiene dos objetivos: por un lado, realizar un diagnóstico sobre la situación contemporánea de lo político, es decir, circunscribir una lectura posible del estado de la cuestión en filosofía política; porPage 186 otro lado, y desde esta lectura, establecer las dificultades a las que se enfrenta la filosofía política. En resumidas cuentas, el objetivo del artículo es mostrar por qué el problema de la justicia política resurge en el siglo XX y conlleva desafíos que todavía no se han resuelto.

Para cumplir dicho objetivo, se procede en tres movimientos. En primer lugar, es necesario mostrar qué se entiende por historicidad de la política, lo que implica dar cuenta de cómo se llega a una concepción de la política como algo contingente. En segundo lugar, al asumir la historicidad es posible mostrar la escisión producida entre una concepción clásica y una concepción moderna de la política. Evidenciar esta escisión nos ayuda a indicar que la noción de forma y sus presupuestos sirven para definir la política moderna. En tercer lugar, es necesario reflexionar sobre este diagnóstico ante la situación contemporánea. A partir de esos dos últimos aspectos se podrá estudiar la relación existente entre contingencia y forma.

Esto conduce a dos cuestiones centrales en la concepción contemporánea de la política: por una parte, el reconocimiento de la politicidad irreductible entendida como economía de la violencia; por otra, el resurgimiento del problema de la justicia, es decir, pensar si la política puede o no decir algo sobre formas de vida en común deseables. A partir de estos tres movimientos, se busca mostrar que el desafío contemporáneo consiste en pensar en el cruce entre violencia y justicia. Así, la política está constituida por dos dimensiones: la economía de la violencia y la vida en común deseable.

Antes de avanzar en los tres movimientos señalados, es necesario indicar que la dificultad a la que se enfrenta el pensamiento contemporáneo cuando reflexiona sobre la política es su exceso. El término política circula hasta el hartazgo, se modifica, se borra, se pierde. Una época, la nuestra, en la que parece haberse perdido la posibilidad de situar un significado estable de la política.1 La dificultad se encuentra,Page 187 primero, en una duplicidad. La política es, a la vez, un tipo de acción y el saber que da cuenta de esa acción. Esa dificultad se complejiza, segundo, cuando se asume la diferencia entre término y concepto.

El término política, como palabra, ha permanecido a lo largo de la historia, pero esto no implica que en cada caso conserve el mismo significado. Para ello es necesario analizar los lenguajes políticos de cada época, asumiendo, al mismo tiempo, su apertura constitutiva. En este sentido, que el término política aparezca en la antigüedad clásica, en la modernidad y en el pensamiento contemporáneo no significa que el concepto sea el mismo. La identidad terminológica no concuerda con la identidad conceptual. A estas dos dificultades constitutivas de la política se les debe sumar, tercero, una lectura de la configuración de lo político en el pensamiento contemporáneo, ubicuidad caracterizada aquí desde los conceptos de retorno y crisis.

El retorno da cuenta de la importancia creciente asignada a la dimensión política como institución de lo social y al saber que piensa esa dimensión. El retorno es una reacción frente a la consideración de la política como algo suplementario; una vuelta hacia el paradigma político que se da siempre como relectura de la tradición. Esto implica reconocer el lazo político como instancia de mediación de lo social: “[…] hay que entender que todas las manifestaciones de una sociedad dada, ya se trate de la relación con la naturaleza, de las relaciones entre los hombres, de la relación del sí respecto del otro, tienen que ver con mediaciones diversas, con el modo de ser político, con el régimen, en el sentido amplio del término, de esta sociedad” (Abensour, 2004). La política no puede derivarse de ninguna otra dimensión, sea social, económica o religiosa. La política es la constitución de un lazo específico que instituye lo social, que responde de algún modo a la división originaria de lo social.

La conjunción de la idea de la política como institución indeterminada de lo social, inacabada, y la irreductibilidad de esta lógica dan cuenta del retorno de la política. En este retorno se busca la especificidad de la política: “El paradigma político se constituye en la afirmación dePage 188 la especificidad de lo político y en la determinación de considerar lo real en el lugar mismo de lo político, disociando eventualmente toda otra dimensión que podría hacerlo salir de su órbita, hasta el punto de sacarlo de su eje y perturbar la lógica que le es propia” (Abensour, 2004). De modo que el movimiento propio del retorno de la política tiene que ver con evitar la reducción de la política a otra dimensión afirmando su especificidad. Este retorno se traduce en el ámbito del saber como una renovación de la filosofía política. En este sentido, señala Balibar: “Es probablemente un logro de los debates de la segunda mitad del siglo XX, el haber restablecido el vínculo entre filosofía política y filosofía a secas, por medio de categorías tales como la acción, el juicio, la racionalidad, la constitución”2 (Balibar, 2001: 12).

La crisis señala la vacilación del dispositivo y del lenguaje político moderno:

Desde los años veinte y treinta del siglo XX se inicia una nueva etapa, donde por un lado la realidad política en su complejidad y en el pluralismo de sus fuerzas es cada vez menos abarcable por los aparatos tradicionales y dentro de las dimensiones del Estado, y por otro los conceptos políticos y la teoría del poder muestran sus aporías internas […] (Duso, 2005: 363).

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Así, la situación de crisis puede ser considerada como la vacilación de los conceptos y dispositivos modernos para pensar la política. Los diferentes conceptos políticos modernos —soberanía, Estado, representación— ya no dan cuenta de las actuales relaciones de poder. El saber del poder, el pensamiento de la política, está en crisis como campo definido. La crisis es una crisis de la política y del lenguaje político, es decir, las categorías políticas pierden su horizonte de sentido. El retorno de la política de la segunda mitad del siglo XX se encuentra a finales de este siglo frente a una situación paradójica que la ha devuelto a su lugar irreductible en cuanto institución de lo social, pero no existen categorías que den cuenta de ese lugar privilegiado: “En realidad, la crisis de la política no produce silencio, sino una serie de voces discordantes, interpretables como expresiones de una necesidad de política que ha dejado de disponer (o bien que no dispone de él todavía) de un aparato conceptual eficaz” (Galli, 1990: 112).

La crisis se agudiza a finales del siglo XX al replegarse sobre sí. Esto significa, por un lado, la conciencia creciente de la dificultad de los lenguajes para describir los fenómenos políticos; por otro lado, la imposibilidad de salir de esa crisis, es decir, la ausencia de una superación y por ello el cuestionamiento de la misma noción de crisis que tiene como telos intrínseco su resolución. La crisis con la que finaliza el siglo reitera los dos elementos con los que se inauguraba, es decir, una crisis conceptual y una crisis del dispositivo político, pero acentúa sus matices. Los procesos que producen hechos políticamente significativos no se pueden comprender en tanto que no hay un lenguaje que dé cuenta de ellos. Así, se trata de una crisis que, ante la dificultad de encontrar conceptos claros, produce incertidumbre y vacilación. De ahí los intentos por pensar nuevamente las reglas de la política.3

La lectura propuesta de la situación contemporánea, aquella que inevitablemente interpela nuestro discurso, se caracteriza por una revalorización de la política, pero al mismo tiempo por la imposibilidadPage 190 de estabilizar un lenguaje político. La situación paradójica se muestra a partir de la noción de contingencia, término que aquí es utilizado en la confluencia de dos sentidos. Por una parte, se refiere a la ausencia de un fundamento último de lo social (o lo social como fundamento), lo que lleva a la necesidad de su institución, y por tal de la política. Por otra parte, se refiere a la historicidad de los lenguajes sobre la política, y con ello a la imposibilidad de establecer un significado último de política.

Se puede señalar que contingencia se define como la radical ausencia de fundamentos sea en el orden discursivo (como sentido último o significado trascendental), sea en el orden de los dispositivos políticos (como un orden jerárquico fundado en la naturaleza o un orden legal fundado en la razón). Ambas dimensiones son convergentes, pues asumir la contingencia de la política es señalar que la política se define como las luchas o conflictos por otorgarle un significado, intentos parciales y precarios. La política es el conflicto por estabilizar el significado de la política, esto significa instituir uno u otro tipo de lazo social, darle forma al “vivir-juntos”. Pero esta contingencia no resuelve el problema de cómo habitar ese “vivir-juntos” sin un fundamento último. Si es posible señalar que la contingencia indica ausencia de fundamentos, el problema es pensar...

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