"El conde Ory"

AutorRaúl Díaz

Como sucede con muchas óperas, ésta de Rossini saca su argumento de otra que toma al suyo de otra, que a su vez... En este caso la cuestión se alarga hasta el medioevo y lo juglaresco, y de allí su erótica picardía y tono desenfadado que cobra forma en una comedia de situaciones (más que de enredos) que el buen goloso enmarca en esa música tan propia de él y que, como buen perezoso que era también, no tiene empacho en refritearse a sí mismo, utilizando buena parte de su Viaje a Reims que había escrito tres años antes.

El libreto, de Eugene Scribe, a quien debemos muchos otros realmente importantes, y de Charles-Gaspard Delestre-Poir-son, nos remite a una situación muy común en la Edad Media: los caballeros marcharán a la guerra y las damas se quedarán enclaustradas en sus castillos o, auténticamente, en un claustro, varias de ellas con el aberrante cinturón de castidad.

Empero, cinturón de por medio o no, la naturaleza, aunque reprimida, seguía imponiendo sus exigencias y, claro, más de una infidelidad se propiciaba. Pues bien, el conde Ory, joven disoluto, sabe muy bien esto y, haciéndose pasar por un sabio ermitaño y con ayuda de su paje y otros sirvientes, pone en práctica aquella primicia cristiana de "Dejad que las niñas se acerquen a mi", aunque, claro, ya no tan niñas. El engaño es descubierto por su propio tutor y el libertino tiene que huir. Fin del primer acto.

En el segundo y último, Ory y sus lacayos, disfrazados de monjas, logran introducirse al castillo de la condesa Adela, principal objeto de sus deseos, en donde se han refugiado las damas, y trata de seducirla sin conseguirlo. La música anuncia el regreso de los...

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