Civilidad y violencia. La prórroga

AutorSergio Aguayo

Stanley Cohén, teórico de las negaciones, hace una taxonomía en torno a las maneras de reaccionar de los gobiernos ante los informes sobre las violaciones a los derechos humanos. En un extremo están el silencio y la indiferencia, mientras que en el otro se hallan la aceptación de que hubo agravios y la voluntad de hacer correcciones. En Iguala se observa el camino recorrido por el gobierno de Enrique Peña Nieto. Es un tránsito positivo, aunque incompleto.

En el inicio, Los Pinos minimizó los hechos, y en diciembre y enero intentó enterrar en sudarios de silencio el tema. No obstante, dio marcha atrás por la trascendencia de un hecho que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) definió como "el más grave conjunto de violaciones a los derechos humanos (...) de cuantos haya memoria reciente en este país". Pese a la gravedad de lo ocurrido, de no haber sido por la resistencia de los padres de las víctimas, por la solidaridad nacional e internacional y por las acciones de gobiernos y organismos multilaterales, habría prevalecido el desdén hacia el caso. Me centro en estas últimas.

La diplomacia mexicana es de firma ligera: suscribe todo tipo de compromisos internacionales que luego ignora. Cuando Peña Nieto se sintió acorralado por las protestas, ordenó la firma (el 12 de noviembre de 2014) de un Acuerdo con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para traer por seis meses a un Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), cuya misión era realizar otro informe acerca de Iguala.

Las misiones internacionales pueden agruparse en tres categorías. Están las que sólo vienen a ganar dinero y a pasarla bien, por lo que dejan textos inútiles. Otras legitiman abusos. Eso hicieron los observadores electorales enviados por la Unión Europea durante las elecciones presidenciales de 2006. Estuvieron encabezados por el militante del Partido Popular español José Ignacio Salafranca, quien minimizó en sus informes el fraude electoral para favorecer a Felipe Calderón. Fue un comportamiento indigno. Finalmente, estarían las que toman en serio su trabajo, y entre ellas tiene un lugar de honor la del GIEI. Su impacto ha sido enorme y benéfico.

En los primeros meses, el GIEI fue un enigma. Sus integrantes iban y venían entrevistando gente y recopilando, como hormigas, pedacitos de información que controlaban rigurosamente. Sorprendió, por tanto, el misil que lanzaron el 6 de septiembre pasado y que me parece innecesario...

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