¿Un civil al frente de nuestras Fuerzas Armadas?

AutorÁngel M. Junquera Sepúlveda
CargoDirector
Páginas1-1
1
El Mundo del Abogado / Noviembre 2015
¿Un civil al frente de nuestras
Fuerzas Armadas?
Si bien aún no sabemos en qué acabará el tema de Ayotzina-
pa, este caso ha dejado importantes lecciones a todos los
mexicanos. Si sabemos aprovecharlas, nuestro país saldrá
fortalecido.
Hay un tema, sin embargo, que parece haberse omitido y,
quizás, valdría la pena ponerlo sobre la mesa: ¿el secretario de la
Defensa Nacional debe seguir siendo un militar?, ¿el secretario de
la Marina debe seguir siendo un marino?
El papel de las Fuerzas Armadas en México tiene orígenes
históricos. Su aportación en la consolidación del Estado mexicano
es conocida por todos. A diferencia de lo que sucedió con el resto
de Latinoamérica, el distanciamiento de los militares de la política,
con el ascenso del presidente Alemán, quizá es el origen de la
estabilidad con que contó México durante la segunda mitad del
siglo XX.
A pesar de lo anterior, de unas décadas para acá, las Fuerzas Ar-
madas se encuentran en una situación comprometedora. El hecho
de que éstas se ocupen de asuntos de seguridad ha sido discutido
hasta el cansancio. La población se muestra, en el mejor de los ca-
sos, ambivalente; lo mismo han opinado expertos, organizaciones
de la sociedad civil, la judicatura y los organismos internacionales.
Representantes de las facciones del PAN, PRI y PVEM en la
Cámara de Diputados anunciaron que están por emprender una
reforma al marco regulatorio que norma las actividades militares.
No se trata de despojar al Ejército de las facciones policiacas,
precisaron, sino de regularlas.
La izquierda, por el contrario, ha sido contundente al negar su
apoyo: no es papel del Ejército realizar labores policiacas. Los mili-
tares fungiendo como policías, aducen, violan derechos humanos
y se desprestigian.
En términos generales, ambos están en línea con prácticas
internacionales: el Ejército puede tener labores de seguridad
interior, pero éstas deben ser acotadas. Sin embargo, dadas las cir-
cunstancias actuales del país y las profusas labores que se les han
encomendado, se antoja complicado que podamos encuartelar a
los militares próximamente...
A pesar del intenso debate, nadie ha abordado un tema que
podría tener enormes repercusiones en la forma que entendemos
a las Fuerzas Armadas: cuando, a principios de octubre, el titular
de la Secretaría de la Defensa salió a explicar por qué los militares
de la base militar de Iguala no iban a declarar ente la CIDH, fue
denostado: ¿por qué no se subordinan al poder civil?, ¿acaso mili-
tares y marinos no están obligados a rendir cuentas, como ocurre
en cualquier democracia? Algunos medios llegaron, incluso, a
ridiculizarlo.
En Estados Unidos y el Reino Unido, en Francia y España, en
Italia y Alemania, Ejército y Marina son tan importantes como
en México. Precisamente por eso los gobiernos de esos países
protegen a sus militares y a sus marinos con auténtica devoción:
no tienen que explicar la necesidad de un aumento presupues-
tal ante el Congreso, ni por qué un coronel abrió fuego contra
un grupo de disidentes; no debaten con los medios, ni con la
Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Tampoco tienen
que morderse la lengua cuando el Alto Comisionado de la ONU
para los Derechos Humanos los acusa de torturar, ni se enfrascan
en discusiones académicas... Para ello tienen a un integrante del
gabinete, que es, invariablemente, un político profesional.
Un político profesional puede desgastarse todo lo que se quie-
ra y, en caso extremo, ser removido sin que las Fuerzas Armadas
se vean afectadas estructuralmente; no podríamos decir lo mismo
del general secretario de la Defensa Nacional o del secretario de la
Marina: vaivenes en estas oficinas causarían alarma inmediata. Este
atavismo se ha traducido, en los hechos, en un enorme desfavor a
militares y a marinos.
Las Fuerzas Armadas cumplen un papel tan delicado en el
mantenimiento de la seguridad que, en alguna época, en México
no podían ser tocadas ni con el pétalo de una rosa. Junto con la
Virgen de Guadalupe y el presidente de la República, Ejército y
Marina debían permanecer aislados de cualquier crítica.
Pero el mundo ha cambiado. Si México quiere ser un país
moderno, debe ajustarse a los parámetros internacionales y so-
meterse al escrutinio internacional. Nuestros soldados y nuestros
marinos han demostrado, una y otra vez, su lealtad, su valor y su
compromiso… Pero no escapan de este condicionamiento. ¿Por
qué no, pues, nos animamos a sacar el tema y a debatirlo dentro
de los cauces democráticos que ofrece nuestra Constitución? No
tenemos nada que perder y sí, en cambio, mucho que ganar.
Ángel M. Junquera Sepúlveda
Director
EDITORIAL

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