Las cicatrices de un conflicto que todos quieren olvidar

AutorJosé Alberto Fernández Chávez

TIERRA CALIENTE, MICH.- Con el amanecer partimos. Olvidé mi botella de agua, pero pienso que no importa y que usaré una taza que llevo en la mochila. Me pregunto si lloverá esta semana ahora que las temperaturas llegan a los 42 grados. El equipo agradecería un día nublado. Desayunamos a medio camino y compramos un poco de comida extra para la cena.

Los interminables campos de árboles limoneros advierten que estamos cerca de la frontera invisible que divide a las comunidades y que mantiene confinadas a las personas debido a las disputas del territorio.

El grupo armado se siente tan incómodo como nosotros cuando pasamos su barricada. Hemos logrado cruzar. Ahora el mundo ha cambiado.

Hay arboles de limón que apenas sobreviven y esconden hectáreas de vegetación seca y muerta. Escuchamos los casquillos de las balas mientras las llantas de la camioneta pasan sobre ellos.

Montamos la clínica móvil. El equipo trabaja como un engranaje bien aceitado. Al poco tiempo inician las consultas médicas y de salud mental. Ahora es mi turno para acompañar a Alfonso, quien me cuenta cómo su madre se encuentra en su lecho de muerte esperando a un hijo que no podrá estar con ella, que no podrá despedirse porque no tiene permitido cruzar el límite de la comunidad. Sufre al saber que no podrá decirle cuanto la quiere y cuanto desea poder estar a su lado.

Llega la noche. Tomo una ducha alumbrado por la luz de mi linterna. Apenas bajo la cubeta con agua para comenzar a ducharme cuando escucho detonaciones a lo lejos que me recuerdan lo cerca que estamos del conflicto.

Al día siguiente se acerca Sandra, madre de una hija que le fue arrebatada hace tres años y no ha vuelto a su lado. Juntos hemos tratado de vislumbrar un camino para ella desde que empezamos a asistir a su comunidad. Ella me comenta: "Hay días felices en los que estoy bien, hay otros muy tristes y ahora sé que sentir esto también está bien". Me cuenta que mantiene la casa de su hija tal como la dejo para el día en que ella regrese.

Por la tarde decido visitar a don Roberto quien alguna vez fue un dreamer. Llegó a suelo americano siendo niño y pudo hacer una vida con éxito en Estados Unidos y hoy a sus 88 años de vuelta en su país sueña con poder ver a su familia que fue forzada a huir de la comunidad y no ha podido volver debido a los bloqueos que mantienen grupos armados en los caminos. Lo único que pueden hacer sus familiares es mandar dinero para que los pocos vecinos que aún quedan en la comunidad...

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