La certeza antidemocrática

AutorAgustín Basave

Nada de ello significa, sin embargo, que el buen político se sitúe en las antípodas. Aquí encaja el clásico ejemplo aristotélico: los extremos viciosos son la cobardía y la temeridad, el justo medio es la valentía. Un estadista no sólo tiene carácter y tenacidad sino también reflexión y autocrítica. Decide con inteligencia e instinto en ristre -no sin antes consultar a sus colaboradores e incluso oír a sus adversarios- y se mantiene observante de las consecuencias de sus acciones. Si bien no es medroso, tampoco es necio. Analiza y calibra las opciones y, rodeado siempre de conocedores, elige la mejor o la menos mala. No le tiembla la mano al timón cuando navega en aguas procelosas, ciertamente, pero si la nave está en riesgo de zozobrar y el contramaestre pide reparaciones, si la tripulación experimentada suplica un viraje y el riesgo de motín ronda la cubierta, si se recibe por radio la comunicación de que se va hacia una tormenta, el buen capitán reconsidera y endereza el rumbo.

La "incuestionabilidad" no cabe en un gobierno democrático. La democracia presupone incertidumbre e implica cuestio-namiento, discusión, correcciones. Y todo eso debe aplicárselo a sí mismo quien ejerce el poder, antes de exigirlo a los demás. Aunque tenga claro su ideario y esté plenamente convencido de que su proyecto es el correcto, no debe ser ciego y sordo de cara a la realidad cambiante. Convicción no es infalibilidad. No se trata de rectificar movido por cualquier crítica o adversidad, pero sí de considerar la posibilidad de errar y recapacitar cuando son muchas y muy fuertes las voces que se lo señalan. Escuchar es la aptitud suprema de un mandatario. Quien escucha se enriquece; modifique o no su opinión, siempre aguzará su criterio.

La ideología ha de ser coherente y sólida, no incontestable. Un demócrata abraza una doctrina sin asumirla como una religión ni una verdad revelada: resguarda en un recodo de su mente una pequeña duda sobre aquello en lo que cree. Si no lo hace peca de soberbia. La aceptación de que existe así sea una diminuta probabilidad de que su ideal sea equívoco, o de que aquello por lo que ha luchado toda su vida no sea lo que su país necesita en un momento dado, es condición imprescindible para la preservación de la democracia. Los grandes líderes, los que cambian el curso de la historia, están hechos de confianza en sí mismos y de entereza, sí, pero también de mucha humildad. Gandhi y Mandela tuvieron tanto tesón como generosidad...

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