El catolicismo social en la Iglesia mexicana

AutorHugo Armando Escontrilla Valdez
Páginas139-159

Hugo Armando Escontrilla Valdez. Profesor-investigador en el Departamento de Educación y Comunicación, UAM-Xochimilco. Correo electronico: escontrilla@hotmail.com.

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Introducción

Tocar el tema del catolicismo social en México nos introduce en una amplia variedad de temas. Desde los círculos de obreros católicos a principios del siglo XX, hasta la teología de la liberación en los años recientes,1 muchas actividades de los católicos han sido catalogadas o reconocidas como catolicismo social.2

Para nosotros la importancia de este tema estriba en destacar el compromiso y la acción social de los católicos en México. En el interior del catolicismo existe un conjunto de prácticas y experiencias que provienen de diversos ámbitos y diferentes reflexiones, como veremos más adelante. Pero desde nuestra perspectiva, el concepto o la idea de lo social es fundamental para entender la forma de actuar de la jerarquía eclesiástica en México, y en buena medida para entender el proyecto utópico de muchas de estas organizaciones dependientes de la Iglesia, y en su mayoría formadas por laicos.

Recuperar la memoria de estas prácticas y experiencias, sistematizarlas y convertirlas en un todo coherente es una tarea aún pendiente de realizar. En el presente trabajo queremos mostrar a uno de los agentes principales de estas prácticas: el Secretariado Social Mexicano (SSM),3 organismo que contribuyó dePage 141 manera fundamental a la democratización del país. En este sentido es uno de los actores principales en la historia del México moderno, y dejó una marca en el imaginario colectivo de un gran número de personas.

Prácticas sociales de la iglesia

Comenzaremos nuestra reflexión con lo que llamaremos por ahora “prácticas sociales de la Iglesia”. Por tales entendemos todas aquellas acciones que, inspiradas, motivadas, dirigidas, asesoradas o legitimadas por la jerarquía eclesiástica, están destinadas a mejorar, transformar o cambiar las condiciones sociales, materiales, culturales o económicas de vida de los fieles católicos.4

Desde ahora dejaremos en claro que nuestra reflexión no hace una distinción minuciosa de cada una de éstas. Sabemos que muchas de ellas tienen principios teóricos, teológicos y filosóficos distintos, muchas veces antagónicos y otras veces muy cercanos entre sí. Siempre existe en sus fundamentos una referencia muy clara a la palabra de Dios (la Biblia) y a las enseñanzas de la jerarquía. Proporciona así un aval y les da legitimidad por lo menos en sus inicios, aun cuando muchas veces este apoyo se pierde por muy diversas razones. También hemos de señalar que en esta reflexión se han hecho a un lado, de momento, las raíces religiosas y espirituales5 del comportamiento social de los católicos.

Para poder aglutinar en un solo parámetro todas estas experiencias y denominarlas “prácticas sociales de la Iglesia”, hemos puesto el acento en que son acciones.6 En los movimientos que vamos a exponer a continuación lo que queremos destacar es esta posibilidad de hacer, en el ámbito público, político, cultural o social; independientemente de sus metas y objetivos que, como ya lo señalamos, pueden llegar a ser antagónicos. Desde este momento hay que señalar que el SSM estuvo presente directa o indirectamente en muchos de ellos, como veremos más adelante.

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En el siglo XIX, y frente a las dos grandes corrientes económicas y sociales –a saber, el capitalismo y el socialismo, que en el siguiente siglo adquirieron gran importancia–, la Iglesia tomó partido. En efecto, los planteamientos marxistas que proponen la colectivización de los medios de producción y de la propiedad privada, la lucha de clases, la formación de un Estado fuerte dirigido por el proletariado, además de un marcado y fuerte ateismo, dirigido en especial a la jerarquía eclesiástica, hicieron que esta última reaccionara fuertemente y en contra de todo lo que hiciera referencia a socialismo, comunismo o marxismo.

Ahora bien, si el socialismo como doctrina económica resultaba atractivo fue debido, entre otras cosas, al estado social y económico en que se encontraba gran parte de la población. Los excesos del capitalismo fueron vistos por la jerarquía eclesial, y condenados. Sin embargo, frente a los dos modelos económicos, la Iglesia acabó por escoger, desde su óptica, al menos malo. No el ideal, de acuerdo a sus planteamientos, pero sí el que le ofrecía mayor margen de actuación en la vida social de las naciones. Además la tarea de la Iglesia sería, en este caso, llamar la atención sobre los excesos y llenar de humanismo cristiano las estructuras económicas y sociales.

Es preciso recordar que la Iglesia había padecido una serie de condenas, persecuciones y rechazos por parte de una sociedad que trataba de definirse o de encontrar nuevas formas de convivencia social, lejos de la tutela religiosa. La disolución del matrimonio entre la Iglesia y el gobierno fue uno de los grandes eventos que tuvo que sortear la jerarquía eclesiástica. La secularización o laicización de la vida social, cultural y científica de las naciones fue la gran batalla de los liberales de diverso cuño en todo el mundo. El abandono de las explicaciones religiosas y de la influencia eclesial fue una de las notas características de los siglos XVIII y XIX. Por ejemplo, en este último se verificó, en la mayoría de los países, la expulsión de la orden religiosa de los jesuitas, por considerar, entre otras cosas, que su injerencia en la vida social y política era un ámbito que ya no les correspondía.

Esta secularización de la vida social de las naciones recluyó, en cierta medida, a la Iglesia. Desde el nuevo discurso se obligaba a la Iglesia a dedicarse a lo suyo: lo espiritual. Así, se proponían dos ámbitos: el material y el espiritual. El Estado tenía entre sus funciones la cosa pública, el atender el bienestar material de los sujetos; y a la Iglesia le tocaba atender, cuidar, el alma o el espíritu de sus fieles.

El siglo XIX, y en buena medida también el XX, fueron testigos de una larga batalla por la definición de estos espacios disputados por la Iglesia y el Estado. Para la Iglesia representó en muchas ocasiones la pérdida de territorios ideológicos, de su patrimonio y, hasta cierto punto, de la autoridad moral en la vida de los sujetos. Ahora que la razón ilustrada y el pensamiento científicoPage 143 comenzaban a imperar, para el Estado significó ganar espacios y llenar territorios que en otros tiempos fueron propiedad del ámbito religioso. Para los liberales resultaba de gran trascendencia el dejar atrás la tutela eclesial tanto en lo científico como en lo económico; es decir, el gobierno tendría que estar caracterizado por el uso de la razón y por una idea de modernidad, lo cual traería prosperidad a los países. En este sentido la Iglesia era la representante del pasado, de ideas obsoletas y oscuras. Como ejemplo de esta disputa por los espacios se encuentra el Syllabus de errores que publicó Pío IX en 1864, en donde “denunció ochenta corrientes de pensamiento modernas, entre las que se encontraba el socialismo, la francmasonería y el racionalismo”.7 Existía también un Índice de libros prohibidos, en el que la Iglesia “castigaba” la exposición de ideas modernas y liberales que contradijeran la doctrina católica establecida.

En esta lucha por encontrar su lugar en un mundo que cambiaba a pasos acelerados, la Iglesia encontró dicho espacio, al parecer, hasta la realización del Concilio Vaticano II en la década de los sesenta del siglo XX. Pero las ideas expresadas en este Concilio suscitaron otros problemas asociados con el lugar que la Iglesia debía ocupar en la sociedad. El problema de su función en la vida social y económica de la sociedad aún queda por definirse, o dicho de otro modo, aún no queda claro.

Los obreros y la iglesia

El papa León XIII publicó en 1891 su famosa encíclica Rerum Novarum o también llamada la “cuestión social”. Para algunos autores8 y para la misma Iglesia,9 con este documento se inaugura lo que se ha llegado a denominar “doctrina social cristiana” o “doctrina social de la Iglesia”, o muy recientemente “enseñanza social de la Iglesia”.

De esta enseñanza papal o de este programa de acción social hay que señalar dos puntos importantes antes de adentrarnos en los efectos que tuvoPage 144 en la catolicidad. Uno es resaltar su tono antisocialista, pero sobre esto volve remos más adelante, por ahora basta con señalar que este antisocialismo fue una de las cruzadas más importantes de la Iglesia a lo largo de todo el siglo XX. Los trabajadores, conscientes de su situación de desamparo y de injusticias permanentemente vividas, veían en el socialismo –y no en el cristianismo o el catolicismo– la solución a muchos de sus problemas, sin ver la “intrínseca maldad”10 de los planteamientos marxistas. Contra esta mala influencia, la Iglesia tendría que hacer algo.

El segundo punto es que había que hacer algo, este “hacer” iba a tener muchos matices a lo largo de la historia. Desde ofrecer apoyos concretos en cuanto a alimentación (despensas) y medicinas (y doctores), con una óptica más bien de tipo asistencial. Organizar a la gente para satisfacer ciertas necesidades: ahorro, consumo, abasto y autoabasto, en una perspectiva de tipo promocional. Otro matiz fue organizar para la participación política (partidos confesionales o con referencias cristianas), en donde el objetivo era alcanzar el poder en una democracia participativa, y desde ahí transformar (cristianizar) las estructuras sociales,11 creando organizaciones sindicales, independientes del control gubernamental y en defensa legitima de los trabajadores. Y en su punto más extremo, más radical, está...

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