Caso Patterson. El rescate de los bienes culturales mexicanos. Al Instituto Nacional de Antropología e Historia

AutorJorge Sánchez Cordero

Su primera escaramuza con la justicia fue en Boston, en donde trató de vender pinturas murales mayas que resultaron falsas; en ese entonces se le vinculó al caso del tocado octópodo, que había adquirido ilícitamente del huaquero peruano Raúl Apeste-guía, proveniente del sitio denominado La Mina, también conocido como Huaca de la Mina o Cerro de la Mina, situado en el Valle de Jequetepeque, en la costa norte de Perú.

Estuvo igualmente implicado en el saqueo de una serie de bustos olmecas labrados en madera pertenecientes al sitio arqueológico El Manatí, ubicado cerca de Hidalgotitlán y de San Lorenzo Tenochtitlán, en el estado de Veracruz. El Manatí era una ciénaga con excelentes condiciones anaeróbicas empleada para ofrendas y sacrificios (1600-1200 aC); condiciones que permitieron la preservación de esas piezas en excelente estado (David Elias).

Patterson fue investigado en 1984 en Fort Worth, Texas, por el FBI cuando trató de vender las falsas pinturas mayas en 250 mil dólares a Wayne Anderson. Durante el proceso consecuente, alegó que los murales habían sido autenticados por Paul Clifford. Este experto en arte precolombino había cobrado renombre al valuar una colección de piezas prehispánicas que, mediante ar-tilugios fiscales, Patterson vendió a un grupo de inversionistas australianos, quienes, a su vez, lo habrían donado a la Galería Nacional de Victoria, popularmente conocida como NGV, la más antigua y prestigiosa de Australia, fundada en 1861 y radicada en Melbourne (Tom Mashberg).

En el desahogo del juicio la historiadora de arte Clemen-cy Coggins, de la Universidad de Boston, y el arqueólogo Ian Graham, de la Universidad de Nuevo México, dos personajes destacados en la defensa del patrimonio cultural mexicano, determinaron que las pinturas murales eran una burda copia, rudimentaria en su ejecución y hecha a base de pigmentos que no correspondían a los empleados en la época; ¡en ellas incluso sobresalía un hilo fino de nylon! Patterson fue arrestado en el aeropuerto de Dallas-Fort Worth cuando llevaba consigo una figura precolombina de alto valor y fue sentenciado en 1985 a prisión con libertad condicional.

En la década de los noventa se mudó a Alemania, en donde continuó sus actividades ilícitas.

Las falsificaciones

Los falsificadores de piezas precolombinas tienen una larga historia en México; su florecimiento obedece en una parte importante a la fuerte demanda de bienes culturales mexicanos, especialmente los de aquel tipo, en el mercado internacional del arte. Es este medio, entre otras razones, el que ha permitido la proliferación de traficantes como Patterson y Val Edwards.

El primer personaje que dio cuenta de las falsificaciones fue el arqueólogo del porfiriato Leopoldo Batres. En la época eran renombradas las reproducciones de los hermanos Barrios, pobladores de San Juan Teotihuacán y cuya colección pudo haber sido adquirida por Eduard Seler, historiador alemán de arte vinculado al Museo de Etnología de Berlín, durante una visita que hizo a México a comienzos del siglo XX. En esa época se registró también la adquisición por el Museo Británico de las máscaras toltecas Xipe, cuya autenticidad se ha puesto ahora en duda (Esther Pasztory).

La tradición de las falsificaciones terminó por arraigarse en México. El oaxaqueño Constantine George Rickards (Rikards en su entorno), hijo del cónsul británico y amigo del escritor D. H. Lawrence, conglomeró piezas precolombinas de importancia, especialmente urnas zapotecas. La Revolución lo arruinó, por lo que huyó a la ciudad de México, en donde...

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