Mi casa intelectual

AutorJavier Sicilia

El poder, que en ese entonces detentaba Luis Echeverría, no soportó esa libertad y, utilizando a ese tipo de periodistas que viven de la corrupción y la mentira, intentó destruir su alma. Logró así sacar de la casa de Excelsior a Scherer y a su familia, pero no destruirlos. Reagrupados en torno a la investigación periodística, que fue el sello de aquel Excelsior; a su capacidad para expresar, a través de las voces que lo habían conformado, lo que la gente sentía ante la arbitrariedad y el peso del poder; a su compromiso con la verdad en un entorno periodístico cuyo sello era la corrupción y la mordaza, y apoyado por miles de ciudadanos que nos negábamos a ver silenciada esa conquista de la libertad, construyeron una mejor casa: Proceso.

Cuando apareció su primer número yo tenía 20 años. Había seguido con indignación el golpe a Excelsior y al periodismo -en el que me reconocía- y, con asombro y orgullo, la resistencia de don Julio, de Miguel Ángel Granados Chapa, de Vicente Leñero, del padre Enrique Maza, de Rafael Rodríguez Castañeda, del mejor Carlos Marín y de otros colaboradores, para defender la palabra y lograr lo imposible: fundar un semanario político con el mismo corazón y la misma alma que teman cuando habitaron en Excelsior. Desde en- tonces, desde el 6 de noviembre de 1976, y como lo hice cada día con el Excelsior que dirigió Scherer, cada fin de semana iba al puesto de periódico a comprar Proceso, y cada mes la revista Vuelta, fundada el mismo año del nacimiento de Proceso dirigida por Octavio

Paz. Vuelta, que se publicaba en el Excelsior de Scherer García con el nombre de Plural, era el otro rostro que el echeverrismo intentó también destruir con el golpe al diario: el de los intelectuales libres.

Si Proceso era la expresión del periodismo de investigación y de la opinión política, Vuelta era la expresión reflexiva y literaria de los grandes debates nacionales e internacionales. Ambas también eran el triunfo de la libertad de la palabra contra la unilateralidad del poder y de las ideologías totalitarias. Lo que en ellas se decía me asombraba, me hacia reflexionar y me formaba. También, en el aprendiz de escritor que entonces era, producían sueños: escribir en ellas, sueños sin posibilidades de realizarse, porque "los sueños -como decía Calderón de la Barca- sueños son". Con ellos, sin embargo -yo, que bajo el espíritu tutelar de Albert Camus creía, como lo sigo creyendo, en el escritor engagé-, no dejaba de imitar lo que en el...

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