César Tort, otro visionario del desierto

AutorSamuel Maynez Champion

Aunque, lamentablemente, la referencia no se inscribe en el ámbito de la cristalización de metas pedagógicas eficientes, sino en el de los avatares que sufre en nuestro vejado e incivil país cualquier intento serio por forjar mejores mexicanos.

Regresemos nuevamente a Tlatelolco. Son los años en que se echa a andar la maquinaria virreinal y se aspira a educar en la fe a naturales y mestizos. El Colegio de la Santa Cruz recluta a los hijos de la nobleza indígena, quienes, cuales subditos de la Corona española, habrían de ocuparse de las gubernaturas de los antiguos cacicazgos y de la evangelización masiva. En la curricula que se diseña para ellos se reproduce aquella de las universidades del Viejo Mundo, es decir, se imparten las siete artes liberales -del trivium y el quadrivium medievales- entre las que tiene especial relevancia la música. En Tlatelolco se enseña el canto llano y el canto de órgano, pero además se imparten, aquí sí por vez primera, nociones de medicina indígena dentro de un marco educativo europeo. Como está previsto, los niños nahuas -admitidos entre los 10 y los 12 años- aprenden retórica, gramática, latín, castellano y, para nuestra sorpresa, también náhuatl. Es decir, se pretende formar verdaderos humanistas trilingües que estén a la altura de los cargos que podrían reservárseles. En el fondo, las autoridades hispanas no creen que los indígenas tengan capacidad intelectual alguna, mas es menester hacer el intento.

Empero, en pocos años comienzan a palparse los frutos de esta loable empresa educativa y, para asombro de todos, los indios se revelan como latinistas, músicos, retóricos y gramáticos de enormes facultades. Hay que decir que de esta escuela procedieron muchos de los informantes que ayudaron a Bernardino de Sahagún a redactar su Historia general de las cosas de la Nueva España, obra sin la cual careceríamos de conocimientos fundamentales sobre la cultura prehispánica. Aquello que podría haberse considerado como éxito enciende focos rojos. Digamos, para cerrar este prolegómeno, que adviene la abdicación de Carlos V y que a su sucesor, Felipe lija idea de educar tanto a los novohispa-nos no le hace mucha gracia. ¡Quién sabe qué podía venirles en mente si se les instaba a cultivarla...! Tampoco los sucesores de Mendoza se empeñan en el asunto y, entre enredos y recelos, al colegio le estrangulan los suministros y aviene su defunción. En los pliegues de la historia queda registrada la primera muerte de un proyecto...

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