El botón del Constituyente

AutorFabrizio Mejía Madrid

-Yo sé manejar muy bien, diputado -hueco-. ¿Me lleva de su chofer?

Los cercanos se burlaban si me veían una nueva chamarra u otros zapatos: "Ya se te empieza a notar lo diputado". La quinta o sexta vez que tuve que decir que el puesto de asambleísta era honorífico, que no cobraba un peso, y que iría y vendría a base de recargar mi tarjeta del Metro -la verdadera llave de la ciudad-, me di por vencido tras una sonrisa tensa. Lo demás era tirantez: el proyecto de Constitución del jefe de Gobierno era redactado por "grupos de expertos", pero nadie sabía qué contenía; la designación de los otros 40 asambleístas también permanecía en secreto; y muchos nos preguntábamos si tanto misterio era la vernácula intención de madrugar o simple ineficacia. En el heterogéneo grupo de Morena había la idea de aprobar una Constitución que limitara a los poderosos y ampliara los derechos de los ciudadanos. Una ciudad imaginada, sí, porque es justo entre la vigilia y el sueño donde habitan las composiciones más lúcidas. Una Constitución aspiracional, sí, también, si no, ¿cuándo sería el momento de anhelarla? Sobre todo una que reflejara, a pesar de la precaria votación, el rostro del Defe: desde 1968-71 hasta la aprobación del aborto y el matrimonio gay, pasando por el terremoto, las movilizaciones a favor del respeto al voto en 1988, el zapatismo, la resistencia contra el desafuero de su jefe de Gobierno Andrés Manuel López Obrador, los encuerados de Spencer Tunick y las marchas pachecas. La ciudad de la izquierda como autodeterminación sobre el propio cuerpo. Unos meses después, en una fría madrugada de octubre, esa sería la pregunta que le hice al panistajuan Carlos Ge lista:

-¿De quién es tu cuerpo? ¿De Dios, del Estado? No, es todo tuyo, para hacer con él, si quieres, un parque de diversiones.

Pero no me adelanto porque lo que cambió todo fue precisamente la parte de la Asamblea que no fue electa. El presidente de la República nombró casi por joder a un Gómez Villanueva, cuya última nueva fue el fraude a los ejidatarios de Bahía de Banderas en el echeverrismo; a un señor dueño de la comida chatarra que se come en las escuelas; a una abogada típicamente prepotente de la Libre de Derecho, la Universidad Panamericana -ahí, en la que no importan las tesis- y defensora de los accionistas de la Bolsa Mexicana de Valores; y a un magistrado en funciones (ya sabemos que, en el peñismo, el conflicto de intereses es un mito urbano). La ciudad imaginada se fue...

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