El bolero: nostalgia de una ciudad que nunca existió

AutorMa. del Carmen de la Peza Casares
CargoDepartamento de Educación y Comunicación, UAM Xochimilco
Páginas155-172

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"La historia de México es la del hombre que busca su filiación, su origen. Sucesivamente afrancesado, hispanista, indigenista, "pocho", cruza la historia como un cometa de jade, que de vez en cuando relampaguea. En su excéntrica carrera ¿Qué persigue?".1

El bolero, como un objeto polimorfo que circula a través de los diferentes espacios sociales y medios de comunicación masiva, unifica y cohesiona un saber que atraviesa y recorre la trama sociohistórica del momento actual y nos aproxima a un conjunto de circunstancias de las que valdría la pena preguntarnos, en cuanto al cine, la radio y la televisión: ¿De qué hablan cuando hablan del bolero?, ¿por qué hoy eligen al bolero entre otras tantas imágenes de nuestro pasado cultural, para identificarnos como mexicanos?2

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Múltiples interrogantes surgen alrededor de la emergencia del bolero en la actualidad. Describir y analizar algunas de las formas particulares en que los medios de comunicación lo retoman, le confieren atributos y significaciones, nos permitirá mirar al bolero como una vía para abordar algunas formas que adquiere la educación sentimental en México, y nos servirá para acercarnos de manera preliminar a una dimensión importante de las políticas del lenguaje y de la cultura en nuestro país.

Caminos de ayer .. Pasado de un romance que fue

En los momentos más significativos de la historia del país3, esto es, la Independencia, la Reforma, la Revolución y la etapa posrevolucionaria, los mexicanos han buscado su sentido de identidad en el pasado. Los diferentes grupos y clases sociales, en una lucha y juego permanente de memoria y olvido, en una guerra sin tregua por sancionar lo que debe ser recordado y reconocido como historia en contra de lo que debe ser aniquilado, han construido un discurso mítico sobre las raíces de lo propiamente mexicano a partir de una selección particular, no necesariamente consciente, de ciertas imágenes del pasado en las cuales cada clase o fracción de clase fundamenta su legitimidad, sentido de pertenencia o autoridad.

La búsqueda recurrente de nuestras raíces y la permanente pregunta sobre nuestro origen termina por recrear este discurso mítico. Así, la representación colectiva de la mexicanidad contemporánea se constituye por un conjunto de estereotipos que se materializan, de manera discontinua, en los discursos de la prensa, el cine, la radio y la televisión, y en las instituciones educativas y culturales como el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) o el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), que a través de películas, programas, libros, conciertos o exposiciones, etc. contribuyen a narrar la historia mítica del México moderno desde diferentes espacios, lugares y puntos de vista. El bolero es parte de esa construcción mítica de la historia de México; del amor y del sentimiento urbano, un saber que se narra de manera distinta en los diversos espacios, públicos o privados.

El resurgimiento del bolero como expresión propia, mexicana, nos habla de la nostalgia de la época de oro del cine nacional, de la radio, pero sobre todo y fundamentalmente de la ciudad moderna naciente. En los múltiples discursos que enmarcan la emergencia del bolero, hay una referencia permanente, implícita o explícita, a las décadas de los treinta y cuarenta, una vuelta al origen, a las raíces de la nacionalidad mexicana y al momento fundacional del Estado mexicanoPage 157 moderno posrevolucionario, de consolidación del Estado fuerte y la unidad nacional. Es decir, a esa suma de acontecimientos que se fueron configurando para la constitución definitiva del Estado-nación a partir de la Revolución Mexicana; después de la guerra de Independencia, la Reforma y de las guerras contra la invasión francesa y norteamericana que permitieron que el país delimitara su territorio y fijara las fronteras que ahora contienen al pueblo diverso y plural que constituye la nueva nación mexicana.

La nostalgia se funda en el mito del paraíso perdido, en un tiempo en que las cosas eran mejores, y la ciudad era más habitable. La noción mítica de la edad de oro de la ciudad, proviene de aquel momento de la historia nacional y de las condiciones sociales que permitían a los sujetos y colectividades vivir, expresarse y realizarse de una mejor manera, incluso en el ámbito más íntimo, privado, de la vida amorosa y sentimental que la ciudad favorecía.

Sin embargo, los mitos del "milagro mexicano" y de la "región más transparente" ocultan la realidad de miseria y explotación que ha caracterizado a nuestras sociedades; particularmente, en aquella época, la transmisión de poderes de Cárdenas a Avila Camacho en 1940 marcó un rumbo de diferenciación social que hoy es inocultable. El triunfo precario de la burguesía se condensó en la definición de las nuevas instituciones: un Estado garante de la "paz social", la seguridad del capital y el proceso de modernización, en suma, del desarrollo capitalista. El avilacamachismo y el alemanismo se caracterizaron por el proceso acelerado de industrialización; la descapitalización del campo y la inmigración a la ciudad; el crecimiento de la clase obrera y su desmovilización; la formación de las clases medias urbanas, las campañas anticomunistas y la satanización de las "ideas exóticas" (forma como los políticos de la época solían calificar al socialismo y al comunismo); el recrudecimiento del moralismo y la censura.

Otra marca importante de dicha época fue la preocupación por la determinación de los rasgos fundamentales de la identidad nacional; la formulación reiterada de la pregunta sobre lo que nos caracteriza y constituye; la búsqueda de las raíces y de las razones de la manera de ser mexicanos. Medios de comunicación, artistas, políticos e intelectuales se empeñaron en definir lo propio, lo nuestro, lo mexicano. Los trazos y primeras aproximaciones de nuestra identidad quedaron plasmados en la plástica, la poesía, la novela, la música, la radio y el cine, según los distintas miradas, lenguajes, registros y materialidades de la cultura culta y de la cultura de masas. Desde el muralismo de Rivera, Orozco y Siqueiros y la novela de la Revolución, hasta el bolero

y la canción ranchera, pasando por la poesía de Cuesta, Novo y Villaurrutia se perfiló el espectro social y la fisonomía del ser nacional. Imágenes diversas y contradictorias resumen la expresión de la lucha entre clases, razas, sexos, etc.

Hoy la nostalgia de esa edad particular —mito de la modernidad y el cosmopolitismo—Page 158 prefigura y profetiza el proyecto de la nueva era que se pretende construir y la alternativa globalizadora en que se juegan todas las apuestas de integración económica y cultural.

El bolero resurge, entonces, en el marco de la mundialización del capital, el neoliberalismo y en el contexto del proyecto salinista de modernización —este último entendido como proyecto de una minoría que impone su esquema al resto de la población en contra de otros modelos de desarrollo. El salinismo ha buscado sus antecedentes en el avilacamachismo y el alemanismo, disminuyendo, por una parte, el valor y el peso de la lucha revolucionaria y, por otra, a través de su plataforma ideológica denominada "liberalismo social", nos reenvía a la época de la Reforma, al pragmatismo positivista, a la negación del pasado indígena, y con ello al borramiento, marginación y negación de nuestros indígenas actuales y de todo el México tradicional. Como resultado de las tensiones entre los distintos proyectos de las diversas clases, razas, sexos y grupos sociales en pugna por el poder, se produce un enfrentamiento constante entre la historia disciplinada por el Estado y consagrada por la enseñanza oficial y un saber histórico polimorfo, fragmentario y combatiente.

Cada época, cada generación, redefine el origen que le da sentido y legitimidad, selecciona y determina la existencia previa, en el pasado, "de una edad de oro" que justifica y hace viable la acción transformadora que propone. Hoy los años cuarenta han sido la referencia obligada. Sin embargo, con una mirada distinta desde los distintos lugares, ya que la época o la generación no es un conjunto homogéneo de sujetos y colectividades sino un espacio complejo de relaciones de poder contradictorias en donde cada cual juega la apuesta por imponer su saber histórico.

Los saberes hasta ahora sometidos, como el saber sobre la vida cotidiana, el amor, la vida íntima, los sentimientos, la vida privada —que el bolero entre muchos otros discursos materializa— no se han dejado reducir totalmente y han sido instrumentos de la lucha política. Dichos saberes históricos han dejado su registro y su marca en los cuerpos y en la memoria de sujetos, grupos y colectividades despojados de la posibilidad de narrar su historia. A través de estos saberes locales, de manera contradictoria y compleja, dichos grupos y colectividades, narran los acontecimientos, seleccionan los sucesos de los que haya que conservar memoria, con un criterio distinto al estatal.

Los saberes sometidos acerca del amor y la vida cotidiana, emergen de manera conflictiva y contradictoria como prácticas y discursos en los diversos espacios institucionales: en los medios de comunicación, en la educación pública y privada, en la familia, y en toda la red de instituciones políticas y culturales. La historia se escribe como resultante de las relaciones de fuerza y el juego del poder entre hombres y mujeres de distintas clases y razas, en los espacios sociales también diferenciados, pero sobre todo en el espacio amoroso. La narración es a la vez instrumento y objeto del combate político.

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El bolero y el cine en las décadas de los treinta y cuarenta
Así canta el alma torturada de México

A partir de los...

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