De la bohemia a las instituciones. El sinuoso camino de las políticas culturales en la ciudad de Tijuana

AutorCuauhtémoc Ochoa Tinoco
CargoCandidato a Doctor en Ciencias Políticas y Sociales, orientación en Sociología, por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. Actualmente profesor investigador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
Páginas323-352

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Ciudad, mitos y cultura

Tijuana, Baja California. Ciudad renombrada pero poco conocida. Ciudad de múltiples aristas. Ciudad donde la cultura ha sido un ámbito que cautiva a propios y extraños, que motiva controversias, que inquieta conciencias, que incita a indagar más allá de las apariencias. Esta urbe,Page 324cuya imagen inicial es la del caos y la marginalidad, ha condensado a través de su historia y a lo largo de su geografía fenómenos socioculturales que parecieran inconcebibles en un espacio que desde su nacimiento se le consideró un páramo cultural. De ello han dado cuenta los mitos, las leyendas y los prejuicios;1 sin embargo, es preciso conocer con más amplitud los procesos culturales, sociales y económicos que la han conformado en poco más de un siglo de existencia y la han convertido en un espacio vital de la cultura de la región fronteriza con Estados Unidos.

Esta localidad posee rasgos y problemáticas generales que caracterizan la evolución de las ciudades mexicanas de la frontera norte: migración, industria maquiladora, comercio y turismo binacional intenso, pobreza y hacinamiento urbano, identidades culturales en conflicto, narcotráfico, inseguridad y violencia, entre las más conocidas. No obstante, el campo cultural tijuanense ha tenido un desarrollo particular en comparación con las demás poblaciones fronterizas, lo cual se expresa en diversas formas de producción, promoción, difusión y consumo de bienes y servicios culturales, así como en la creación de organismos y políticas culturales públicas, privadas y sociales.

La frontera norte y sus ciudades han sido caracterizadas por tres rasgos relevantes: a) como territorio del caos y el exceso, en el cual impera el mundo de la delincuencia, la ilegalidad, la anarquía, aspectos que se constatan en la nota roja de los medios de comunicación masiva; b) como sociedades desnacionalizadas. Se creó un mito sobre la pérdida de la identidad nacional de los pobladores de esa lejana franja. Para muchos gobernantes, políticos de distintas orientaciones ideológicas, intelectuales y gente común, la interacción cotidiana de los habitantes con la potencia estadounidense provoca una imposición y asimilación de modos de vida y patrones culturales contrarios a los nacionales; por lo cual, día con día van perdiendo la identidad nacional. Para ellos solo existe una sola forma de ser mexicanos, y c) como desierto cultural. Se mantiene una idea generalizada de que en las ciudades fronterizas como Tijuana no existen expresiones culturales significativas. Se piensaPage 325que la existencia y producción de bienes y formas simbólicas son efímeras o de poca relevancia. Aunado a ello la colindancia con Estados Unidos y el contacto intenso con su american way of life subordina la creación cultural a la del país vecino; por lo tanto, la cultura de esos lugares no es auténticamente mexicana ni podía ser incorporada como parte de la nación (Zúñiga, 1992); y más recientemente, se cree que el crecimiento económico basado en la industria maquiladora y los procesos migratorios limitan el desarrollo de la actividad artística y cultural en su conjunto.

No obstante, la diversidad y heterogeneidad de los procesos históricos, económicos, sociales y culturales de la zona fronteriza, el Estado y, en general, diferentes grupos de la sociedad mexicana, hasta fechas recientes, ha mantenido una imagen superficial y rudimentaria de lo que son estas sociedades. Por ello, diferentes acciones socioculturales hacia ese territorio han sido elaboradas e implementadas con base en mitos y concepciones ortodoxas sobre la cultura e identidad nacional y sobre lo que es el país en su conjunto. Estas visiones centralistas han permeado el imaginario colectivo durante décadas. Si bien los estereotipos creados durante el siglo XX tienen elementos de realidad su exageración limita el conocimiento de estas regiones.

Tijuana ha sido considerada por muchos el espacio donde se pueden observar con mayor claridad los rasgos básicos de estas poblaciones. Con base en estos estereotipos, se fue construyendo una imagen negativa de Tijuana. En la metamorfosis de pequeño poblado a gran urbe se fue alimentando, desde afuera y desde dentro, una leyenda negra: la ciudad de paso, inhóspita, violenta, caótica, atrasada, inculta, desnacionalizada… No es sino hasta la década de los ochenta que surgen formas distintas de acercarse y pensar la frontera norte y en particular esta ciudad. Ahora podemos entender el espacio fronterizo del norte de México como un conglomerado de múltiples fenómenos en el cual se genera una diversidad de vínculos, “donde la interrelación no sólo ocurre entre los Estados nacionales, sino también en la participación de múltiples actores que definen la complejidad fronteriza, compuesta por etnias, pueblos, demarcaciones de género y generacionales,Page 326conflictos de clase, movimientos culturales y disputas por los sentidos de la ciudadanía” (Valenzuela, 2003: 61).

La historia y la realidad actual tijuanense son mucho más complejas. No se puede entender sólo con imágenes y mitos; se requieren múltiples miradas para acercarse a sus numerosas aristas. Por ello, al tratar el desarrollo de las políticas culturales en la ciudad partimos de la idea de que esta región no es ni ha sido un desierto cultural sino un espacio sociocultural singular donde el crisol de culturas nacionales e internacionales ha enriquecido su cotidianidad y ha diluido los límites estrechos de la cultura definida por el nacionalismo revolucionario mexicano de la segunda mitad del siglo XX. Lo que a continuación exponemos es una aproximación a una temática que merece en la actualidad un amplio análisis.

Bohemios, periodistas y mecenas

Tijuana se fundó en 1889. En las primeras décadas tuvo pocos habitantes, un crecimiento lento, una actividad económica exigua, cuya imagen era la de un pueblo del viejo oeste. La vida cultural2 de la localidad era casi nula. Como sucedía en muchas ciudades del país las actividades culturales, en general, eran eventos sociales de “buen gusto” que proporcionaban prestigio a las familias que detentaban el poder político y económico de la región.

La visión de la cultura tenía un carácter elitista. No obstante, la prensa que circulaba en Tijuana, y en el entonces Distrito Norte de la Baja California a principios del siglo XX, comienza a dar espacios o dan cuenta de las incipientes manifestaciones artísticas y culturales de la comunidad fronteriza, como tertulias músico-literarias, concursos de oratoria, conciertos y conferencias de personajes de renombre local,Page 327regional y hasta nacional. La literatura fue uno de los quehaceres artísticos que tuvieron un desenvolvimiento notable en la ciudad; esto responde en gran medida a las características propias de la producción literaria de aquellos años (su carácter individualista y las mínimas condiciones materiales que necesitaba para su producción) (Trujillo, 1993a: 74). Las artes plásticas no eran cultivadas profesionalmente. Los pocos artistas que se dedicaban a esta actividad tenían en la pintura decorativa y artesanal su quehacer básico. Sus espacios de exhibición eran, por lo mismo, aquellos relacionados con el turismo: hoteles, cantinas y casinos. Hubo algunos intentos de pintura mural, constreñidos a las salas cinematográficas. Sólo algunos prosperaron como retratistas itinerantes.

La creación artística era percibida por la sociedad local como un pasatiempo de bohemios y románticos. Desde el centro del país se pensaba que el arte y la cultura no podían florecer en una región árida, inhóspita, alejada de la “civilización”; con pobladores sin interés por el cultivo del arte ni tradiciones culturales arraigadas. En aquella época la región se vio como un “desierto cultural”. Esta perspectiva fue planteada en su momento por José Vasconcelos al relatar una etapa de su vida en una ciudad fronteriza (Vasconcelos, 1999). Si bien ello tuvo un sustento real, con el tiempo se convirtió en prejuicio, en rasgo inmanente que fue asumido por visitantes nacionales y extranjeros, funcionarios públicos, intelectuales y por los mismos habitantes.

En lo que respecta a la educación, ámbito que en otras latitudes ha estado íntimamente ligado a la cultura, no fue relevante en este periodo. En la primera mitad del siglo XX, la actividad cultural tuvo un espacio restringido en ese sector, el cual, en cierta forma, era el lugar natural para el reconocimiento y difusión de las formas simbólicas aceptadas por la sociedad de aquella época. En la década de los veinte se conformó un incipiente sistema escolar, sin embargo, la falta de recursos económicos locales y federales limitaba su desarrollo y con ello, el de la cultura. Las escuelas comenzaron a impartir una incipiente educación artística. Por su parte, los creadores literarios conservaron los espacios que tenían en la prensa local. Lo cultural siguió siendo lo que un sector de la elite consumía, promovía y juzgaba como lo verdaderamente artístico y digno de apreciarse. En tanto, las acciones de política culturalPage 328que en los años veinte promovió José Vasconcelos, entonces Secretario de Educación Pública, tuvieron poca presencia en la región baja- californiana. Las regiones o “la provincia” en la práctica no fueron consideradas. El centralismo se impuso en las...

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