Bajos Fondos / Arman mitote

AutorSergio González Rodríguez

La tribu condesera se conduce en forma voluble. Una temporada se aviene con algún antro. Después, abandona su favoritismo fugaz y torna hacia otro lugar que despierta su interés. La causa de esto se debe acaso a que, en algún momento, los espacios de convivencia nocturna pierden su novedad, o bien, adquieren un aura de costumbre que los vuelve tan insufribles como las tarjetas de checar hora de llegada y de salida en un trabajo.

Bajo aquella dinámica, lo de hoy en el barrio es un bar que durante su inicio tuvo un lento proceso de acomodo en la clientela y, ahora, ya acapara gran parte de la atracción entre los asiduos a tomar alguna copa en ambiente joven: El Mitote, que luce un llamativo letrero luminoso.

El Mitote habilitó una casona de más de medio siglo atrás y distribuyó sus espacios en la planta baja: de entrada, está la barra, y alrededor de ella se despliegan banquillos altos. Hacia atrás, algunas mesas arrinconadas logran congregar cierta camaradería ebullente.

En un rumbo distinto a la mayoría de los bares que buscan el perfil de medio o alto consumo, El Mitote se aproxima a cierta informalidad que incluye la cortesía amistosa de sus simpáticas meseras y su diestra bartender, orgullo de la casa por su diligencia y actitud cool. La gente que acude aquí se siente como en una fiesta particular y, al final, los asistentes llegan a conocerse entre sí, al menos, de vista. No faltan, en esta calidez, los turistas y los noctámbulos profesionales que van de aquí hacia allá.

Quizás sea el efecto narcisista de los espejos en los muros lo que ocasiona la fuerte afluencia de chicos y chicas a El Mitote: a falta de un efecto pecera o escaparate, en el cual los de afuera y los de adentro intercambian miradas curiosas, aquí el efecto espejo permite...

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