ArquiteXtos / El poder sin imaginación

AutorAlejandro Hernández Gálvez

Toda arquitectura, escribió Herbert Muschamp citando a Walt Whitman, es lo que haces cuando la ves. La arquitectura, entonces, no es un objeto o un hecho sino una acción -la misma definición dio Jean Paul Sartre de la imagen, no como un objeto sino como un acto.

Thomas de Quincey, el escritor inglés comedor confeso de opio y admirador de los crímenes de calidad, decía que "el error de la mayoría de la gente consiste en creer que se comunican con la música por los oídos y por tanto que perciben sus efectos en actitud meramente pasiva. No es así -explicaba-: el placer se construye por reacción de la mente ante los avisos del oído (la materia viene de los sentidos, la forma de la mente)".

La concepción de De Quincey se origina en su profundo conocimiento, no sólo de los últimos días sino de la obra entera de Kant.

El filósofo también inglés Roger Scruton, en su libro La estética de la arquitectura, explica de igual modo, desde una perspectiva kantiana, el papel de la imaginación como parte constitutiva de la percepción de la arquitectura: "no se trata -dice- de que pensemos un edificio de una determinada manera -de que lo tengamos por frágil o sólido, sincero o engañoso-, cuando de que lo veamos de esa manera. Nuestra experiencia de un edificio tiene un carácter intrínsecamente interpretado, y la interpretación es inseparable de la apariencia del edificio".

Más adelante, Scruton afirma que la "interpretación" no es un "pensamiento" que pueda separarse de la experiencia propia del edificio, sino que está ahí, en la experiencia -e incluso, podríamos decir, constituye, es la experiencia misma: "en cierto sentido -explica- sería imposible que hubiera una experiencia perceptiva que no fuera también el ejercicio de una capacidad conceptual".

Al decir cómo es mi experiencia de algo, según Scruton, tengo que decir, aunque sea implícitamente, cómo me parece el mundo -y habría que recordar aquí alguna de las observaciones de Ludwig Wittgenstein, arquitecto de ocasión, quien decía que el trabajo en la filosofía (comparándolo explícitamente con el trabajo en la arquitectura) era "en gran medida trabajo en uno mismo. En la propia comprensión. En la manera de ver las cosas. Y en lo que uno exige de ellas".

Sin imaginación, pues, no hay arquitectura. Tan sólo un conjunto de piedras, de fierros y vidrios, de concreto. Formas y colores, texturas y materiales sin significado y, por lo mismo, sin ningún efecto real ni...

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