Argonáutica / Viaje con iPod

AutorJordi Soler

Ordenaba un trago en el bar del hotel Ritz en Barcelona, cuando el iPod que llevaba enchufado a las orejas eligió aleatoriamente una pieza de swing melódico, tocada por la orquesta del músico Bernard Hilda. La pieza casaba perfectamente con el entorno, tanto que en cuanto acabó volví a repetirla, porque mi iPod no contiene más material de este compositor francés. Una vez terminada la pieza repetida, pagué el trago que acababa de beberme y fui saliendo a la calle mientras daba un golpe musical de timón, con The modern age, de los hiperveloces Strokes. La idea era cubrir la ruta hasta el siguiente bar con una programación de canciones que fuera llevándome en volandas Barcelona arriba.

Fue hasta más tarde cuando entendí que esa pieza de swing melódico, era un guiño que el iPod me había hecho mientras yo bebía despreocupadamente un Campari. Haré un resumen de la historia que propició el guiño, para quien no la conozca. A finales de 1942 Bernard Hilda y su orquesta de swing melódico llegaron a Barcelona. La ocupación alemana se había consolidado en Francia y Bernard, que en realidad se apellidaba Levitzky, no quería exponerse a lo que empezaba a sucederles a los judíos como él. Antes de cruzar la frontera un amigo suyo, el señor Salmona, escribió un mensaje en una servilleta. Al llegar a Barcelona Hilda y su orquesta se presentaron en el hotel Ritz y pidieron hablar con el director. El director salió de su oficina y, antes de que pudiera preguntarse qué buscaba en su vestíbulo esa banda de franceses, recibió de manos de Bernard Hilda la servilleta que le había dado el señor Salmona. El director leyó las líneas que le habían escrito y en el acto ordenó que hospedaran a los músicos, y una semana después acondicionó una parte del vestíbulo para que los músicos franceses hicieran shows nocturnos de jueves a domingo. Lo que decía aquella servilleta milagrosa era: "Amigo Ramón (así se llamaba el director del hotel): te pido que hagas por Bernard Hilda y sus músicos lo mismo que yo hice por ti durante la guerra de España". Así que el iPod me había dado una lección de historia, en la que no reparé hasta más tarde, cuando ya había completado mi viaje de bar a bar. Salí del hotel, como dije, con los audífonos puestos, crucé la Gran Vía y cuando alcanzaba la esquina de Roger de Lluria y Valencia fui interpelado por una señora, que obviamente vivía al margen de la música portátil. Me quité los audífonos, que por cierto son muy voluminosos, para poder oír lo...

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