Arde Francia. "La syndicaliste" destapa un escándalo de Estado

AutorAnne Marie Mergier

PARÍS.- Se prenden las luces, pero la elegante sala Henri Langlois de la Cinémathèque sigue hundida en un extraño silencio.

Invitados al pre-estreno de La syndicaliste, los espectadores –profesionales del séptimo arte y cinéfilos– se ven como noqueados.

No es para menos.

Basada en hechos reales, la cautivadora película de suspenso --prevista para exhibirse en México con el título de Blanco fácil--, cuenta el descenso a los infiernos de Maureen Kearney, respetada responsable de la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT), cuyas actividades sindicales amenazaron opacos intereses políticos e industriales, y la expusieron a una sórdida agresión fisíca.

Suenan los primeros aplausos que se convierten en aclamaciones, cuando se sube al escenario el equipo de la película encabezado por el realizador Jean-Paul Salomé. Pero es con una auténtica ovación que la asistencia acoge a Isabelle Huppert, intérprete magistral del papel protagónico, y sobre todo a Maureen Kearney.

La "estrella" de la noche parece saborear con emoción y serenidad aún frágil estos minutos de reconocimiento. Un bálsamo después de años de vivencias traumáticas.

La vida de Maureen Kearney dio un vuelco trágico hace doce años.

El 17 de diciembre de 2012, a la una de la tarde, su empleada de limpieza la descubre en la cocina de su casa derrumbada en una silla, amordazada. Tiene los pies atados, los brazos amarrados al espaldar del asiento, una A "grabada" en la piel del vientre y el mango de un cuchillo metido en la vagina. Asaltada a las 7 de la mañana lleva seis horas así...

Esa escena abre La syndicaliste y el libro de investigación epónima que la periodista Caroline Michel-Aguirre publicó en 2019, del cual se inspira ampliamente Salomé.

De origen irlandés, Maureen Kearney lleva hoy cuarenta años viviendo en Francia donde se casó en 1985. A partir de 1987 enseña inglés a ejecutivos de una empresa absorbida en 2001 por Areva, multinacional francesa controlada por el Estado y en ese entonces líder mundial del sector de la energía nuclear. La docente se involucró en actividades sindicales y se afilió a la CFDT.

Determinada y franca, no teme enfrentarse con los más altos directivos de la multinacional para defender los derechos de los trabajadores. Lo hace primero en Francia, y a partir de 2001 a nivel internacional como secretaria general del Comité del grupo europeo del la CFDT, que vela por los intereses de los 75,000 trabajadores de las filiales de Areva esparcidas en Europa.

Una escena de la película en la que Maureen reta al director de la filial húngara de Areva que se apresta a echar a la calle a centenares de trabajadoras sin indemnizarlas, en violación de las normas sociales de la multinacional, ilustra su combatividad.

Sus intervenciones son exitosas. Crece su fama. La importancia estratégica de Areva le permite establecer contactos personales con ministros, senadores, diputados y periodistas. Lleva inclusive buenas relaciones de trabajo con Anne Lauvergeon, presidenta de la empresa, lo cual facilita su labor sindical pero jugará un papel nefasto en su vida.

Para recordar el telón de fondo de la película --y de la historia de Maureen Kearney--, en la primera década del siglo XXI la industría nuclear gala se encontraba en una situación compleja y absurda, dividida en dos polos antagónicos...

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