Aranda Ochoa y la tradición de la literatura carcelaria

AutorSamuel Mesinas

“Una apreciable cantidad de nuestra mejor poesía y prosa, por sólo hablar de la lengua castellana, se ha incubado y escrito en las celdas del presidio: El Arcipreste de Hita, el siglo de oro con Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Francisco de Quevedo y Cervantes. Hasta nuestras tierras latinoamericanas, que han sido pródigas en escritores que transitaron por la prisión como por una asignatura obligada”, subraya este singular escritor que, en la última década, se ha convertido en el referente de los concursos nacionales de cuento José Revueltas y de poesía Salvador Díaz Mirón, convocados por el INBA, el Conaculta y la Secretaría de Seguridad Pública.

Ha publicado en la Gaceta del Fondo de Cultura Económica y escrito seis libros, entre ellos una novela histórica inédita sobre la guerra sucia de los años setenta, la cual estaba prologando Carlos Montemayor antes de fallecer.

Sarcástico, oscuro, Enrique Aranda dibuja en Cuentos fieros –libro aún sin editar– atmósferas barrocas e hiperrealistas en algún patio del Preventivo Norte o en una celda de aislamiento en el Reclusorio Sur; ficciones descritas en primera persona por un perro que subraya la bestialidad humana:

“Llevamos más tiempo en este planeta que el primate armado, lo que nos obliga a ser más objetivos y entendidos de lo que él supone. Aunque, contradiciéndose implícitamente, incluso nos han confiado la misión más trascendente que pueda concebirse: la de guiarle en su descarnado tránsito a la tiniebla final.”

Cultivada en 14 años de cautiverio, a manera de “Memorial del inframundo”, la literatura canera muestra la agonía de vivir estrangulado por la micropolítica de la violencia y la injusticia de las leyes mexicanas.

“Recibo a los infelices que llegan desde que mi amo me abandonó aquí. Cuando les veo la jeta por vez primera sufro apremiantes ganas de carcajearme a mandíbula batiente, lo que se vería muy mal en mí, por lo que termino conteniéndome. Tengo, claro está, mis rincones favoritos donde, al abrigo de las lelas (como por aquí les dicen a los mirones), me desfogo a mis anchas, lo que no es tan fácil en este lugar con tanto desgraciado errando de la mañana a la noche, jornada tras jornada paseando su desventura.”

Ganarse el respeto en la cárcel no es fácil, pero Enrique Aranda hace valer su condición de Profe, le llaman los famélicos seres de pieles tatuadas y rasgadas por filosas armas. En los pasillos del reclusorio el Profe avanza con naturalidad, dialoga con la siempre...

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